DETERMINACIÓN (Relato- Segunda parte)

 



          ¡Cómo me recordaba aquella historia del recién llegado a aquellas otras que relataban mis antiguos amos! Pronto olvidó el actual, no obstante, el consejo y la prevención. La visita de Gayo ni tan siquiera le hizo reflexionar unas horas.

     ¡Por mis cuatro patas que debería haberlo abandonado aquel mismo día! La jornada posterior a la colocación de los cebos transcurrió sin pena ni gloria, mientras él se ocupaba de disponerlo todo para una estancia prolongada en la gruta. Ya por la tarde me llevó a comprobar si habían sido eficaces las trampas cobrando alguna pieza. Sólo en una de ellas un jabalí había quedado preso de un lazo por una de sus patas. Se apeó y me ató a una encina. Yacente en el suelo, aparentaba estar medio muerto tras haberse debatido durante toda la noche en un vano intento por soltarse.

     Sin embargo, al notar nuestra presencia, recuperó en parte su fortaleza, acuciado por el miedo. Se irguió y ensayó varias acometidas frustradas por la presa que amenazaba con seccionarle la pata, ciñéndose aún más a medida que tiraba. Ocurrió que la sorpresa fue mayúscula y el cazador, amedrentado, alzó instintivamente la escopeta cargada y descerrajó dos tiros sin apuntar. Los dos cartuchos pasaron zumbando tan cerca de mí que un perdigón de una de sus postas se incrustó en mi grupa, haciéndome recordar la crueldad de los niños del amo anterior. La suerte para él y para mi salud hizo que el otro disparo alcanzase al animal en un ojo dejándole exánime definitivamente.

     La tierra olía a sangre mezclada con la fragancia del alhelí y la siempreviva, de la aguileña, el tilo y el nogal. La meteorología se sumó al dolor del omnívoro descolgándose de las cumbres una neblina compungida que lo amparaba y distorsionaba las siluetas. La bruma se condensó hasta tal punto que el cazador tenía que cortarla con su afilado cuchillo al tiempo que sesgaba la piel del vientre del jabalí para vaciarlo. Cuando se puso a extraer las vísceras del interior casi lo tenía que hacer a tientas. Y ya al disponerse a emplazar el cadáver en mi lomo, la inconcreción de árboles y plantas era absoluta y la desorientación total. La umbría iba poblándose además de voces inquietantes y amenazadoras.    

     Comencé a notar la presencia de algo al acecho. Entre jirones de niebla se asomaron en asechanza dos ojos intimidatorios, ominosos.  El viejo can apenas identificaba ya ningún olor, pero incluso para él era evidente el peligro. Al poco, una cadena de pupilas brillantes se unió a las primeras formando un cerco que progresivamente iba cerrándose. ¡Lobos!

     Habían detectado el olor de la sangre y reclamaban su asiento en el banquete. Mi nerviosismo fue en aumento al comprender que la cantidad de individuos reunidos no se conformaría con esa única presa, que en el reparto alguno se quedaría sin su tajada y la reclamaría en otro lado, en otro lomo. ¡Y mi hocico se hallaba atado a un árbol con nudo doble! Avisé y relinché a mi nuevo amo con todas mis fuerzas. Era inminente el ataque. 

     Él, aunque enfrascado en la tarea de despiece, notó algo extraño. Pareció por fin darse cuenta de lo apurado de la situación y se me acercó. Entendí que su intención era liberarme y salir todos zumbando. Mas lo que hizo fue tomar su escopeta, cargándola y accionando repetidas veces el gatillo, si bien sólo sonaron dos estampidos como era de esperar. Ensayé soltarme a tirones, pero, pese a que mis sudores y pelos hirsutos sí iban aumentando, no así en la misma medida mis fuerzas porque no conseguía liberarme.

     Recuperada un tanto la cordura, volvió a introducir dos postas, después de caérsele otras dos producto de la crispación. Entretanto, los cánidos se habían dispersado ante el temor de ser alcanzados. El pánico duró sólo unos instantes, no obstante, si exceptuamos el de mi amo cuando comprobó que, sin interrupción, las miradas y hocicos que se relamían recuperaban su posición anterior. La adrenalina parecía haberle dotado al bípedo de una mirada felina. Por el contrario, su valor e inteligencia no se habían estimulado en la misma proporción. Tomó la opción de huir llamando al viejo perro para que lo siguiera. El can, acobardado, se enredaba entre sus piernas dando la espalda a la jauría. ¡Estaba decidido a dejarme allí como señuelo y bocadillo alternativo! ¡Cabronazo!

     En un último esfuerzo logré romper las bridas y salir a escape. La peor parte se la llevó el chucho cuyas fuerzas y velocidad fallaron. Los lobos se cebaron en sus carnes. El hombre, en cambio, parecía impelido por la ingesta de alguna seta de las que consumen las liebres, dado que hubiera podido derrotar a los galgos de un canódromo.

     Aun con el obstáculo de la visibilidad, a unos kilómetros de la cueva nos encontramos. Junto a un arroyo, ocultos por cañaverales y con la única complicidad de los reflejos que rielaban en las torrenteras del curso del riachuelo, nos confortamos uno al otro. El batir del agua, los coletazos de las truchas y el croar de las ranas nos acompañaban. Incluso parecían ayudar a transmitirnos nuestros temblores. Abandoné mi resistencia inicial, acompañándole hasta la pequeña caverna en que había establecido sus reales. No sin reticencia, dejé que me acariciara mientras se disculpaba por su cobardía. Entristecidos ante la pérdida del perro, procuré consolarle.

     Tal suceso me hizo reflexionar sobre la selección natural y el injusto reparto de capacidades y habilidades, que hacían que una inteligencia inferior como la de este amo fuera ciegamente dotada de tanto poder o preponderancia en un clan. Por el contrario, situados en una escala más baja de la evolución predadora, el excepcional ardid de los cánidos, que actuaban con una sincronía genética y con un reparto de funciones digna de un grado superior a la de muchos humanos. Al menos muy por encima de la idiotez manifiesta del que me acompañaba.

     A duras penas logramos recuperar el resuello y el ánimo suficiente para llegar a la gruta. Toda la noche estuvimos en total vigilia como guardando el sepelio del amigo perro. Pero algo más flotaba en el ambiente. Cada esquina estaba poblada de sombras amenazadoras y destellos de dientes afilados en espera de que nuestro sueño les diera la oportunidad de saltar sobre nuestros cuellos.

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     El alba nos reservaba nuevas sorpresas. Un trozo de queso y un pedazo de hogaza fue todo lo que admitió mi gaznate. Preparaba un recipiente con agua para hacer café cuando el ruido de ramas que se movían y piedras que restregaban unas botas desconocidas me hizo saltar a toda prisa al interior del refugio y tomar el arma ya cargada, apuntando a cualquier lugar por el que pudiera verse aparecer una amenaza. Pero todo lo que surgió de la nada no fue una sombra o una silueta, sino una voz autoritaria que ordenaba…

     -Tire su arma al suelo y levante las manos o abriremos fuego. Repito, deponga su actitud, arroje la escopeta, brazos en alto, y dese la vuelta.

     Intimidado, seguí las instrucciones dadas y, unos segundos después, los sonidos de pasos que hollaban el suelo pedregoso y se acercaban pararon. Quizá ladrones, quizá asesinos me esperasen al darme la vuelta. Sin embargo, inopinadamente, quienes me asaltaron por la espalda, tomando mis miembros y esposándolos, fueron unos individuos uniformados exigiéndome que confesase mis crímenes y me considerase detenido. Tras registrar mi cuerpo, mis ropas y el último recoveco de la gruta, insistieron…

     - ¡Venga, habla!

     -Pero… ¿quiénes son? ¿Qué he hecho yo? Sólo estoy de acampada con mi jumento.

     - ¡Vamos, desembucha! – recibí una bofetada como respuesta a mis preguntas-. ¿Dónde están las pieles, el veneno y el resto de las trampas y cepos? Te vamos a empapelar para una buena temporada.

     Ya no había duda. Se trataba de una unidad del SEPRONA al cargo de un cabo. No había transcurrido una semana de mi llegada y ya estaba en manos de la justicia.

     -De acuerdo, de acuerdo. Fui yo el que cazó el jabalí. Pero me lo arrebataron los lobos. Por eso no hay restos por aquí. Perdónenme, no volverá a ocurrir – no pude impedir que mis lágrimas brotasen sin contención.

     - ¿Nos tomas por idiotas? Sólo te lo repetiré una vez… Porque si no voy a empezar a darte de hostias hasta que cantes. ¿Dónde…escondes…las pieles? – gritó el mando, que llevaba la voz cantante, haciendo pausa tras cada término.

     Entonces se sintió el rumor de un motor que se aproximaba. En poco menos de diez minutos otro miembro de la benemérita se situó al lado del cabo, cuchicheando en su oreja.

     - ¡Venga, joder! Habla alto, con dos cojones. Que estás entre hombres, no entre conejos – le soltó al recién llegado.

     - Sí, señor. Le informo que han detenido al Gayo, el furtivo, y se ha inculpado como autor de las presas y capturas de las que hemos encontrado restos, y cuyo rastro seguimos hace días.

     - ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! ¡Está bien, soltadlo! – les ordenó a sus subalternos -. Pero como sepa que ha seguido por aquí dándole gusto al gatillo se va a acordar de mí – dijo arrastrando las palabras y poniéndose a un centímetro de mi cara -. Ah, y no puede acampar aquí. Esto es una zona protegida. Así que levantando el campamento.

     No lo dudé un instante. Recogí mis pertrechos y tomé el camino de vuelta. En el itinerario al pueblo decidí mis próximos pasos. Intentaría dejar a la mula al mismo que me la vendió y regresaría a casa con las orejas gachas y pidiendo perdón. No cabía otra opción que perseguir mi ideal en el cine o en la imaginación, donde seguiría siendo el dueño y señor de mi futuro.

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     Oscurecía en la plaza del mercado donde todo este dislate con este amo dio comienzo. Apenas una semana y allí estaba de nuevo con todos los trastos recién descargados y dispersos por el suelo. Al parecer su intención era dejarme en la localidad y adiós muy buenas. Su necedad y egoísmo no tenían fin. Su iniquidad no tenía nombre.

     -Pero, bueno. ¿Otra vez quitándome la voz y rebuznando? Además de inmiscuirte en mis peripecias, contando mis aventuras con tu perspectiva de bestia inmunda, traicionas mi amistad y mis desvelos. Más aun cuando casi acabo en el trullo y cuando mi única intención es ponerte en las mismas manos que te retenían esclavizada, mientras conmigo tenías una vida libre en plena naturaleza. ¡Después de desvivirme durante estos días me insultas! Escucha, animal, iremos hasta el relator máximo de esta aventura para que te ponga al día y te diga quién es aquí el contador de estos hechos, el auténtico narrador que…

     - Déjalo ya. No puedes impedir que formule mis propias ideas y sean expresadas de una u otra forma en este texto. Al menos mi pensamiento es libre, ya que no mi cuerpo y esfuerzo. No acallarás mis…

     En esto se oyó una voz profunda y poderosa…, el misterioso relator máximo.

     -Dejad de discutir. No llegaréis a un acuerdo. En realidad, ninguno de los dos es el protagonista, ni escribe ni maneja los hilos de esta historia. ¿No os dais cuenta que no tenéis ni nombre? Ni tan siquiera yo determino el curso de lo sucedido. También soy un personaje más. Ambos podéis aportar vuestras voces discordantes en busca del dominio y la voz única en persecución de la atribución de narrador con mayúsculas. No lo conseguiréis, por mucho empeño que pongáis ni por muchas discusiones en las que creáis avanzar en esa supuesta preponderancia y ser reconocidos como el auténtico autor. La entidad que buscáis y deseáis está tanto dentro como fuera de vuestros seres. No hay una sola mente ni una sola alma en este intento de relato. Sólo dudas, búsqueda y ensayos con más o menos sentido, pero sin aproximarse al absoluto corazón que impulsa esta narración. Su impulso, su latido no es otra cosa que una confesión tímida, una prosa que se desnuda y se desgarra en otros muchos verbos.

     Tú, mula, sufres el destino impuesto por quienes se proclaman tus amos, cuando tienes mucha más humanidad que la mayoría de las personas. Tu cordura y sensibilidad han sido tomadas en estas líneas como contrapunto de la locura y la indiferencia. Al menos así lo creo. Así nace la emoción ante la abulia y el letargo. Eres la vida que no se reclama, que únicamente existe y persevera aun en la agonía.

     Tú, hombre, sé que te enfrentas al dilema de la ambigüedad y la indefinición de tu propia esencia. Has abandonado tu familia por perseguir una utopía, cuando la quimera es una realidad que nos rodea y está tan cerca que no necesitamos más que dar un paso para intuirla. Bien es verdad que si dejas de creer en tu vida y en la de los que te acompañan todo morirá y no serás capaz de imaginar y completar tu propia historia.

   Yo debo lavarme las manos si pretendéis que señale al autor único y verdadero. No debo ni puedo decidir a ese respecto, pero sí os voy a regalar los oídos con unos matices de filosofía de bolsillo, natural e instintiva. Os diré a los dos que…

     Debéis convertiros en un haz de oscuridad que pueda ser receptáculo de la claridad, el cuenco que por sus poros derrama la imaginación del rayo. Pero nunca se os ocurra intentar atesorar el alma porque se propaga como la energía. Más aún cuando la vida es un acto de entrega. No un acto de fe en un dios o en un guion predeterminado. Sin embargo, nuestro fin está cerca. Nuestra finalidad es sofocar la devastación de los incendios ajenos prendiendo la llama que alberga nuestro interior hasta apaciguarlos mientras nos desvanecemos. La luz se halla, se atrapa al no renunciar a lo que nos rodea y al transmitir y expandir el fuego como un Prometeo envejecido. Se trata de jugar en un juego de espejos en el que se proyecta nuestra imagen para que nos devuelva nuestra faz más bella. Y la belleza está en todos los seres, animados o no, que nos reflejan y nos culminan. Porque al caminar nunca nos levantaremos sin ayuda tras tropezar y nunca tropezaremos si no topamos con esa mágica piedra que interrumpe nuestro paso.

     ¿Qué probabilidad tendríamos de conocer la esperanza sin sentir la desesperación? Y sólo estando con quienes nos odian y nos quieren aprenderemos a distinguir la felicidad y el amor de la tristeza, del castigo y la venganza. Y sólo así llegaremos a la cumbre de nuestra entidad y a proyectar una luminosidad que alumbre a los demás y nos proporcione el eco del color y el calor de la vida.

     Pero esto son sólo palabras enrevesadas y caóticas, y vosotros debéis vivirlas…

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