LA BURLA DEL CETRINO (Relato)

 



 

         >” ¿Qué sería de nosotros sin nuestros sentidos? Sin esas percepciones la realidad sería algo incomprensible. O al menos la aprehensión de todo lo que conocemos y aprendemos, de toda previsión y enfoque del futuro, perdería su habitual acomodo. ¿En qué desconocido mundo paralelo penetraríamos? Salvamos las dificultades aplicando los registros mentales de la razón y la lógica a cuanto sentimos. Esa es nuestra verdad material, un contexto en el que cada cosa está en su sitio.  

     Pero y si la ficción o la irrealidad se imponen a lo conocido por nuestra vista, oído, olfato, gusto y tacto… Son muchas las ocasiones en que la realidad supera a la imaginación más descabellada. Pero ¿qué ocurriría si la secuencia de una vida se plantea como irrealidad o ficción, si ambas se mezclan, o más aún si lo ficticio es la pura realidad de la visión para el receptor? Cuando la manifestación de lo imaginado se superpone o se entiende como materia de verdad y hecho irrevocablemente acontecido no hay reglas que valgan. O por decirlo de otro modo, las normas cambian a los ojos del perceptor y el sueño puede transformarse en consciencia. Se emiten y reciben mensajes equívocos. ¿Pero equivocados? Ni mucho menos en el fondo; sólo se puede decir que están fuera de lo convenido, de lo admitido como normal. Sin embargo, la realidad tiene muchas facetas según las posibilidades del objeto observado y según quién lo mire. Y todavía cambia más cuando quien recibe y analiza ese mundo transforma y deduce el curso de la vida a su antojo, pero construyendo un paradigma mental razonado y aparentemente razonable.” <

     Este era el fragmento de la revista científica que había leído él, Marcial el Cetrino, como le llamaban sus enemigos, a propósito de la esquizofrenia, la paranoia y otros trastornos mentales. Algo parecido a eso le atribuía su psiquiatra porque ni él ni la policía, los muy cerdos, se molestaron en comprobar la verdad de que habían intentado asesinarle junto con su familia. Ya les llegaría su hora y esperaba estar presente en ese preciso instante para disfrutarlo.

      Había ojeado la publicación médica en la sala de espera poco antes de que le dieran el alta en el centro de salud mental en el que había estado internado durante dos años. Debería pasar controles periódicos y someterse a rígidos análisis para contrastar que seguía tomando la medicación. Como decían que carecía de familia consanguínea u otra que lo acogiera, dos días a la semana tendría que dar cuenta de sus progresos a la unidad de psiquiatría de su localidad y someterse a cuanto tratamiento accesorio se le indicase. Lo habían tenido cruelmente recluido y sedado como un vegetal, como una marioneta. La verdadera existencia estaba fuera del centro, fuera del círculo de las batas blancas, en el mismo lugar donde también se hallaban quienes querían acabar con él. Pero lo suyo dentro del hospital… era morir poco a poco sin sentirlo siquiera, aquello no era vida. Y lo que él decía: nada como la vida para morir. 

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     Todo preparado para la filmación con el permiso de los gerentes del establecimiento. Tras la pared y el cristal falsos ya se encontraba el operador dispuesto para filmar y se habían instalado receptores de sonido estratégicamente. El gancho para la cámara oculta era Marisa, una mujer de mediana edad y elegantemente vestida, que se aprestaba en un departamento utilizado como sala de maquillaje y atrezo junto con su hija y los figurantes. Los especialistas trataban de dar los últimos retoques al muñeco que sustituiría al bebé. La grabación no les llevaría más de tres días en aquel pequeño y apartado hotel de la costa.

     El único problema era que prácticamente nadie se encontraba alojado allí, salvo un grupo de jubilados y un par de familias que se apresuraban para marcharse en breve. Y siendo fuera de temporada alta y como consecuencia del mal tiempo que azotaba la zona, el trasiego de maletas y clientes era tan escaso que los dueños se planteaban incluso el cierre temporal. Las previsiones no eran muy halagüeñas. Sólo la presencia del equipo de grabación retrasó tal decisión. Por consiguiente, la perspectiva de encontrar víctimas propicias para la filmación era muy escasa. No se entendía cómo el técnico que se dedicaba a la localización de exteriores no se había percatado de ello. Quizá en pleno verano fuese un buen destino por su cercanía a los estudios, la concurrencia de visitantes y el paisaje de fondo de pantalla, pero en las actuales circunstancias sería complicado conseguir las imágenes suficientes para un montaje digno. Así al menos lo pensaba Pedro, el director de la filmación.

     Sin embargo, cuando estaban a punto de desistir del proyecto y regresar a la ciudad, parecía que la suerte les sonreía definitivamente. Un autobús de turistas tuvo que buscar acomodo allí e inscribirse en recepción, dado que el temporal no remitía y habían suspendido los vuelos hasta que amainase la tormenta. Pero las previsiones meteorológicas para los días próximos no eran muy optimistas.

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     Era evidente que querían tenerme controlado. Y es probable que su intención fuera mandarme a sus secuaces y terminar la tarea que se les había encomendado. Ya habían conseguido eliminar a mi mujer y a mi preciosa criatura. Pero no podrían conmigo, me mantendría despierto el tiempo que hiciera falta a pesar del cansancio. La solución estribaba en desechar el tratamiento, esas pastillas que me transformaban en un náufrago del tiempo. Cuando las tomaba, las náuseas se apoderaban de mi cuerpo, se me olvidaba hasta comer y sólo quería tumbarme e ignorar que existo. Incluso me impedían tener una erección.

     No volvería a pasar por ese trance. Llevaba ya tres días despierto con ayuda del café y las anfetaminas que le había quitado al propio psiquiatra de la consulta mientras salió a atender a la enfermera fuera de la estancia. Pero soportaría lo necesario hasta lograr perderme en algún agujero en el que no me encontrasen y donde poder hacer planes para exterminar a los causantes de mi desgracia. Durante mi reclusión ya se me habían ocurrido un par de ideas, y la opción de envenenarlos con hierbas o setas toxicas me parecía muy apropiada para quien lo había intentado conmigo por medios químicos. Una interesante paradoja para un profesional de las píldoras. También estaba la fórmula tradicional de fulminarlos cortándoles la yugular. Lo cual me daría la oportunidad de verlos en plena transfusión de sangre a la tierra y regodearme con su sufrimiento. Lo único que me detenía en usar esa alternativa era que la muerte sería demasiado rápida y compasiva.

     Mi único temor consistía en que ya hubiesen procedido a implantarme uno de esos chips en el interior de mi cuerpo durante alguna de las mil veces que me habían dormido bajo cualquier pretexto. Si supiera en dónde me lo habían introducido me lo arrancaría de inmediato.

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     Al día siguiente desde muy temprano los técnicos tenían los elementos del rodaje dispuestos. En el pasillo hacia los servicios, a mitad de cuyo trazado estaban los ascensores, un recinto delimitado por mamparas albergaba a Ciro, uno de los ayudantes con aspecto de roquero trasnochado, al cargo del muñeco que reemplazaría al niñito. Superadas las dificultades, finalmente el mecanismo que se disparaba a larga distancia separando el cuello de la cabeza de la marioneta funcionaba a la perfección.

     La chica rubia de una pareja de veinteañeros recién casados se aproximaba al comedor y se disponía a tomar el desayuno. Comoquiera que el varón se adelantó hasta la barra para hacer el pedido, la señora que hacía de señuelo entabló conversación con ella mientras portaba a su hijita en brazos. Después del contacto inicial y con gesto de desesperación le contaría a la víctima del engaño que su marido era un buen hombre, pero había bebido demasiado la noche anterior, y eso le provocaba tal agitación que al día siguiente la resaca le hacía comportarse violentamente. Esa era la razón de solicitarle que se hiciera cargo de la niña durante unos cinco minutos en tanto se acercaba a la habitación y despertaba a su esposo, controlando su despertar y sus reacciones. Con el asentimiento de la chica así lo hacía. A su vuelta, como era de esperar, recogía al bebé junto al acceso al bar, próximo al corredor de los aseos. Con cara entristecida le decía que había logrado tranquilizar a su cónyuge.

     Retirándose hacia los servicios, discretamente intercambió a su hija por el muñeco. Ese era el momento señalado para que hiciera acto de presencia el presunto marido desde uno de los ascensores cuchillo en mano y con expresión y gestos amenazantes. La mujer huía despavorida, pero era alcanzada, dándole a él tiempo para dar un par de acometidas sobre el muñeco. No obstante, ella conseguía zafarse y ponía bruscamente la marioneta en manos de la muchacha contactada. El ayudante, desde detrás del bastidor, accionaba el resorte que hacía desplomarse la testa del títere entre borbotones sanguinolentos, consiguiendo el efecto deseado. La sensación de desastre, estupor y pánico se reflejaban mezclados en el rostro de la rubia. Era el instante elegido para que el gancho y el ayudante salieran con la niñita real consolando a la víctima del engaño, al tiempo que el cámara asomaba saludando desde detrás de la zona acristalada. Una ligera sonrisa, luego una risa nerviosa, afloró en la faz de la joven burlada, que no podía ocultar del todo la mezcolanza de indignación con una furia ciega y dos lágrimas incontenibles.

     Al ver bajar el ascensor al cabo de unos minutos, los componentes de la farsa se pusieron manos a la obra en busca de otra secuencia. Salieron de la cabina dos sexagenarios con la misma pretensión de tomar algo, reiniciándose el proceso. La señora, compadecida, incluso se ofreció a acompañarla a la habitación en que reposaba el marido con el fin de servirla de apoyo, a lo que Marisa se negó. Consumada la trampa, todo fue sobre ruedas, pero cuando finalmente la señora se vio con el cuerpo del muñeco entre brazos mientras rodaba por el suelo la cabeza, le entró tal ataque de nervios que únicamente después de conseguir tranquilizarla desistieron de llamar un servicio médico ella y su esposo. Tras darle toda clase de satisfacciones, se retractaron de su intención de denunciarlos, no sin reconvenirles por lo desaprensivos que habían sido sin tener ninguna consideración con los mayores de edad, tildándolos de indecentes desalmados y de psicópatas. Su frase lapidaria final les advirtió que ella les perdonaba, aunque su acción, incalificable en términos morales, les traería consecuencias en este mundo o en cualquier otro real o ficticio en el que se atreviesen a intervenir.

     Una hora más tarde un hombre en atuendo deportivo, el cual parecía disponerse a entrenar haciendo footing, resultó el candidato ideal. Al término de la broma, prorrumpió en una carcajada sonora comprendiendo que le habían tomado el pelo. El problema vino cuando la rubia y su novio del principio regresaron al recibidor del hotel e intervinieron. Enfadados, les recriminaron cuanto hacían porque no tenían ningún derecho a jugar con los nervios y la sensación de culpa y desolación en la accidentada farsa.

     Por un momento, se plantearon la posibilidad de dar por terminado el ensayo. Sin embargo, volver con sólo la mitad del material previsto era casi como presentarse con las manos vacías, sin realizar el trabajo, y eso no estaba en los planes del director. Después de comer debatieron la oportunidad de realizar un par de grabaciones más. La mayoría del grupo resolvió a favor de esta opción.

     En ese momento un nuevo huésped bajaba del taxi y se dirigía hacia el mostrador de admisión, pero se detuvo a mitad de camino observando repetidamente a derecha e izquierda. Llevaba Marcial una gabardina gris, gafas oscuras y una enorme bolsa de deporte negra. Agachando la cabeza observó por encima de las gafas cómo en el vestíbulo únicamente se hallaban una señora con una criatura y un tropel de muchachos revoltosos y gritones. Avanzó hasta el recepcionista y pidió una habitación cerca de los ascensores y las escaleras. Cumplido el trámite de la inscripción, repitió la operación de inspección del lugar y finalmente recorrió el trayecto hacia los ascensores, subiendo en uno de ellos.     

     El grupo de jóvenes, cuyo destino era un festival veraniego de música que se desarrollaba en una localidad playera cercana, acababa de levantarse de la cama para comer después de una noche de juerga prolongada hasta altas horas de la madrugada. Todavía se recuperaban de la excesiva ingesta de alcohol y la resaca consiguiente, como se apreciaba en sus caras, cuando Marisa se les aproximó comenzando el embrollo. Aunque no las tenía todas consigo, dado el estado de los chicos, por temor a que su hijo pudiera sufrir alguna repercusión insospechada, dio inicio a la simulación.

     No obstante, toda la cuadrilla acabó oyendo la propuesta y no sólo se ofrecieron a custodiar a la criatura, sino que le propusieron llevársela a la playa mientras solventaba sus diferencias con su pareja o incluso acompañarla al departamento y darle al varón unos cuantos consejos o una paliza si fuera preciso. De hecho, ya se ponían en camino hacia allí tres de ellos si no les hubiera hecho renunciar Marisa. Todo el resto del proceso de enredo, sin embargo, se desarrolló como tenían previsto en el guion original, sin saltarse un solo renglón del plan.

     Para cuando rodó por el suelo la testa del títere, las risitas macabras y nerviosas ante el gesto de estupor del que lo sostenía en brazos sobrepasaron todos los límites. Alguno, tras percatarse de que se trataba de un maniquí, incluso se revolcaba por el suelo entre carcajadas agarrándose las tripas sin poder aguantar la risa, la sorpresa y los últimos coletazos del descontrol etílico.

     A mitad de la tarde, en cuanto estuvieron nuevamente listos, observaron cómo se acercaba un matrimonio con un hijo, viendo la ocasión de iniciar una nueva filmación. Desde el primer contacto con el gancho se vio la dificultad de interactuar con ellos. Siendo extranjeros en tránsito procedentes de un país escandinavo, apenas lograba Marisa hacerse entender, ni combinando la mímica con un inglés incipiente. Hasta tal punto les resultaba incomprensible todo aquello que a duras penas interpretaron su solicitud de hacerse cargo de la criatura. Y mucho menos se aclaraban del porqué del requerimiento. En consecuencia, cuando, hecho el cambiazo, le pusieron a la señora el maniquí en las manos y éste se desarmó ante sus ojos, la confusión e incomodidad fue tan aparatosa que acabaron siendo más cómicos los gestos de incomprensión que las propias expresiones de espanto o la mofa del engaño. Y más complejo aún resultó calmarlos a causa de la tardanza en hacerse entender por parte del equipo teatral, pese a deshacerse en explicaciones.

     Defraudados, formando un círculo de rostros que miraban al suelo en el pasillo cercano al comedor, el grupo de grabación prácticamente se había dado por vencido. Sin embargo, al reaparecer al fondo del pasillo el extraño personaje del impermeable, cruzaron sus miradas para acordar tácitamente que había tiempo para una toma más. En apenas unos segundos cada uno había tomado su posición.  Se entendían a la perfección, no en vano llevaban cinco años componiendo una camarilla muy coordinada, en la que cada individuo desempeñaba su papel de forma casi mecánica, salvo los actores al tener que improvisar.

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     En aquel agujero olvidado no me encontrarían. No, no les sería sencillo dar conmigo en aquel puerto de barquitos anclados hace bastante tiempo por su aspecto de abandono. Como él, llevaban mucho tiempo sin dirigirse en realidad a ninguna parte. Quizá allí, si fuera necesario, tendría la oportunidad de hacerme con una barquichuela en la que perderme en el horizonte y llegar a la isla desierta de mis sueños. Sería un buen destino para el dinero de la herencia de mis padres que llevaba en el bolsillo. No hay que fiarse de los bancos ni de las tarjetas de crédito. Nada me delataría, nadie me descubriría.

     Mientras tanto permanecería alojado en este pequeño hostal cercano a la playa. No parecía muy concurrido. ¿Quién iba a pensar que estoy aquí, aguardando la ocasión de mi venganza?

     Aun así, resultaba curiosa la forma en que el grupo reunido junto al paso hacia el bar y a pocos metros de él se había desperdigado al notar su presencia. Pero no era posible que ya lo hubieran detectado. Ni yo mismo sabía muy bien a dónde encaminarme en el taxi hasta que pasamos por aquella localidad.

 

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     Parado junto a los baños con sus anteojos de cristales negros, aparentaba el clásico detective de película o de novela negra que recorría las páginas en las novelas escritas a mediados del siglo veinte descubriendo crímenes enrevesados. El jefe del personal de grabación se extrañó del bulto que se percibía en el bolsillo del atuendo del individuo y de la forma en que metió allí la mano, como descuidadamente, palpando lo que portaba. Pero resolvió que se estaba alarmando innecesariamente. Hizo una seña a Marisa para que comenzara la función.

     Se acercó a Marcial y con gesto afligido le hizo un gesto para que se detuviera. Comenzó a contarle la historia que, por repetida, parecía perder cierta consistencia en su verosimilitud. No obstante, aquel personaje no puso ninguna objeción a hacerse cargo de la pequeña. De hecho, para sorpresa de Marisa ni tan siquiera dijo una palabra. Sólo asentía circunstancialmente, examinándola por encima de las gafas. Aquel ademán y su aspecto le produjeron un corto escalofrío, por lo que estuvo tentada de volver a recoger al bebé. Mas cuando la pequeña extendió su mano acariciándole la cara, se le borraron los temores. Terminado el relato del enredo, tomó el camino de los ascensores.

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     La historia que me contaba la señora me resultó muy rara. No había quién se la tragase. Pero esta muñequita me ha acariciado. Me ha reconocido. Esos labios tiernos y esas pecas son la viva imagen de su madre. No cabe ninguna duda, es mi hija y quieren liarme. Seguro que pretenden volver a quitármela y enredarme para dejarme confuso y acabar recluyéndome de nuevo en el centro. Ya eliminaron a mi mujer. No puedo dejar que hagan lo mismo con mi hijita. Y lo más probable es que en la entrada me esté esperando alguna ambulancia o la policía. Me atarán y me ingresarán. No sé cómo, pero han dado conmigo. Debo buscar la puerta de atrás que hay en todos estos establecimientos. Seguro que la cocina, entre el comedor y los servicios, tiene un acceso por el que se deshacen de la basura. No te preocupes, cariño, te pondré a salvo. Saldremos por allí al exterior.

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     Ni el director ni el cámara comprendían por qué se encaminaba hacia el fondo del pasillo con la niña. Para cuando se coló por las puertas batientes de la cocina comenzaron a reaccionar, movidos por la extrañeza. Definitivamente aquel no era una víctima burlada cualquiera. El ayudante Ciro fue el primero en actuar. Siguiendo con presteza el tramo emprendido por el sujeto, entró aceleradamente a la cocina a tiempo de ver cómo empujaba a un cocinero que le llamó la atención preguntándole qué hacía allí.

     Cuando salía por el acceso trasero ya sólo le separaba del perseguido unos diez metros. Irrumpió en el callejón donde se amontonaban contenedores, cajas de envases y objetos diversos. A unos pasos una verja metálica y un portón entornado separaban el edificio del restaurante del paseo de la playa. Ya procedía a atravesar ese punto el personaje con la cría en el instante en que su perseguidor le interpeló, preguntándole a dónde se dirigía. Marcial se dio la vuelta encogiéndose de hombros. En tanto portaba a la nena en el brazo izquierdo agachó la cabeza como avergonzado, introdujo la mano derecha en el bolsillo y extrajo un pequeño instrumento. Ya uno frente al otro, el auxiliar del equipo adelantó sus manos con intención de recoger a la cría, cuestionándole otra vez a dónde iba con ella. En un segundo una navaja automática se clavaba en el pecho de Ciro con tal fuerza que éste creyó recibir como un enérgico empujón, haciéndole retroceder sin entender qué había pasado. Enseguida el dolor se le hizo tan intenso que cayó de rodillas mareado, intentando dar bocanadas de aire que parecían no querer rellenar sus pulmones. De mientras, Marcial traspasaba el umbral de la puerta escapando a saltitos hacia el límite de la arena.

     Oscurecía con gran rapidez. El crepúsculo y la bruma daban un cariz tenebroso a aquel paraje. El cielo encapotado y la amenaza de lluvia aumentaban la opresión de la neblina. Marcial se hundía en las sombras corriendo como alma negra que lo llevara un oscuro diablo.

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     Me asombra la rapidez con que me han localizado. Allí, al término de las luces, parece divisarse unos riscos que cuelgan sobre el arenal. En el litoral encontraremos un lugar en que refugiarnos y descansar. Ya casi estamos en el extremo opuesto del hostal. Por ese declive que discurre hasta la misma costa pasaremos hasta aquella brecha entre picos que forman parte de los primeros escollos del acantilado. Lo más probable es que por ese sitio haya alguna cueva o recoveco que nos sirva. La marea está subiendo y eso les impedirá en todo caso seguirnos, salvo que se descuelguen desde arriba del cantil. Menos mal que llevo encima casi todo el dinero y lo más importante, la foto de tu madre contigo recién nacida. 

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     Los miembros del grupo de filmación perseguían al huido hacia el fondo de la ribera en compañía de gente del personal del hotel. El huido había dejado algún rastro en ciertos puntos de la arena de la playa, al límite de las dunas. Poco antes habían llamado a la policía y a los servicios de emergencia. Pedro, el director, se había quedado atendiendo en la medida de lo posible a Ciro. Su herida tenía muy mala pinta, pensaba. Al borde del desfiladero Marcial se había detenido para recuperar el aliento y contemplar al tiempo la imagen de una madre con su hija que había sacado de su cartera. En un reborde de la misma todavía podía verse alguna letra del nombre de la conocida revista de donde la había arrancado. Inmediatamente después continuó bordeando las rocas puntiagudas del perfil de costa, que resistían el embate de las olas. Su silueta se descomponía entre las tinieblas del escarpado risco. La noche avanzaba y las nubes ocultarían la luna lo mismo que ahora amparaban la huidiza figura que se recortaba contra la piedra.

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     No nos cogerán. Si entro por esa grieta…sí, ahí parece haber un entrante. Me parece que nos hemos alejado lo suficiente. En efecto, esa gruta con la repisa servirá hasta que levante la mañana y nos podamos asegurar de no cruzarnos con alguno de los cómplices que nos persiguen. No creo que la marea llegue a esta altura. Aquí estaremos seguros y tranquilos. No se atreverán a entrar por el agua para acosarnos. Aunque se oyen voces, gritos más bien. Serán esos cazadores, pero no nos encontrarán.

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     Marisa y el grupo de perseguidores clamaban a Marcial para que se entregara, que no tenía escape. La mayoría de ellos gritaban indignados y encolerizados. Sólo la madre chillaba y gemía, lloraba y suplicaba a la vez que le devolviera a su hija. Otra congregación de gente con linternas se les unió junto con una pareja de policías que se hallaba cerca y acudió presto a la llamada de auxilio. El nivel del mar subía como a golpes con la misma rapidez con la que se encolerizaba la tormenta.

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     No nos cogerán ¡Cómo me recuerdas a tu madre! Las voces ya no se oyen. ¡Sí, ahí están de nuevo! Y el agua sigue subiendo, aunque seguro que no llega hasta aquí. Pero no veo por dónde ascender algo más, y nos llega casi a los pies. Y ni tan siquiera sé nadar.

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     Los que seguían al secuestrador se dividieron en dos pelotones. Uno intentaría bajar lo más posible hasta el límite del mar por aquel lado mientras el resto se adelantaba hacia la otra playa, que se hallaba a unos quinientos metros, y haría lo mismo en sentido contrario, en tanto se personaban otras unidades policiales y de protección civil. Insistieron llamando a voces al individuo.

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     ¡Qué suave es la piel de tu carita! ¡No dejaré que nos cojan! ¡Maldita sea, por este lado ya no tenemos salida! ¡Y en todo caso nunca nos cogerán con vida!

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     Un bramido y un gesto de burla y desafío dirigido a nadie se extendieron por la costa. La marea continuó irrefrenable ocupando la hendidura.

                                                                                                  

 

 

                                                                                 

 

  

   

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