RUBIA TINCTORUM (Relato)

 




       -Hola, cariño ¿Te has adelantado un poco, ¿no? Creo que tenías hora para las seis y faltan veinte minutos.

     - Bueno, Paloma. Es que estaba dando una vuelta y después de tomar el café me he dicho “vamos a acercarnos ya a la pelu. Total, para qué esperar si igual me lo pueden adelantar”.

     - Nada. No te preocupes. ¿Quieres que Amalia te vaya lavando la cabeza?

     - No, no. Ya me la he lavado en casa. Ya me espero. Mientras quedas libre voy a echarle un vistazo al Lecturas, a ver qué nuevas trae de la Esteban y la Pantoja.

     - Vale. Pues enseguida te puede atender Chelo.

     - ¡Ay, hija…! - le dijo Consuelo acercándosele al oído y musitando - ¿no me lo puedes hacer tú? Es que Chelo es un poco lenta y luego tengo que hacer.

     - Bien, a ver si en breve termino con lo que estoy ahora – repuso, dándole unas palmaditas en el hombro.

     Diez minutos y un par de reportajes fotográficos de primera plana después…

     - ¡Ala, querida, toma asiento! ¿Qué era, teñir no? Si quieres, te voy a dar un tinte que dicen que es la octava maravilla. Parece que es muy poco abrasivo, ligero, que cuida la piel y trata casi hasta la raíz. Mira lo que dice… “¡Mantenga sedoso y lleno de luz su hermoso cabello por más tiempo!”.

     - Pues chica, adelante. Tal y como lo vendes sólo le falta que me quite unos años. ¡Ja, ja, ja!

     -Sí, bueno. Hija, es que lo ponen como lo más de lo más, lo más plus, el no va más o como se diga, joer.

     - ¡Vamos, manita de santo!

     - Según pone en el prospecto de la caja es una fórmula con componentes naturales exclusivamente. Mira, “los laboratorios Sleep Elegance garantizan que la aplicación de esta solución, formada en un 90% por extractos de la planta rubia tinctorum, posibilita un efecto brillante y natural…” y bla, bla, bla.

     Una vez terminado el tratamiento Consuelo se sentía satisfecha. Ante el espejo ciertamente pensaba que su imagen había mejorado. Aunque ella era partidaria del clásico tono rubio, debía reconocer que el matiz cobrizo que tanto le irritaba en sus amigas le quedaba inmejorablemente. De hecho, se decidió a comprar un botellín para dárselo en casa.

     Volvió a revisar su aspecto en el espejo.

     - ¡Qué mona estás! – se atrevió a piropearse a sí misma.

Esa noche se acostó con la redecilla protectora para el pelo. No quería arruinar el peinado que tanto le complacía.

                             ***********************************

     Se levantó muy de mañana. Tenía muchas cosas que hacer, así que se puso ante el espejo para recomponerse el tocado. Ya durante el desayuno notó que le picaba la cabeza. Se rascó con cuidado exquisito para no descomponer el perfilado, lo mismo que al pasarse el cepillo. Seguía presentando un colorido inmejorable. Si no fuera porque en el peine había quedado entretejida una cierta cantidad de pelo… Pero bueno, era normal, ya le había ocurrido en otras ocasiones al teñirse. Se retocó y sombreó los ojos, se dio Rimmel y un toque rosáceo a sus labios que combinaba a la perfección con el traje elegido. Una pincelada de maquillaje no estaría de más. No sabía bien a cuenta de qué, pero quería estar radiante tanto en su aspecto como en su presencia de ánimo. Quizá se debiera a que con frecuencia la criticaran con que se cuidaba poco y apenas aprovechaba su estupendo cutis sin realzar su atractivo.

     No podía negar que se sentía como en una nube cuando sus amigas, reunidas en torno al café de media tarde, la halagaron tanto al verla llegar con su traje rosa palo recién estrenado y su tocado nuevo. Especialmente al agasajarla con comentarios del tipo… “¡Chiquilla qué guapa te nos has puesto!”, o “Hija, estás de relumbrón, ¿vas a alguna boda o qué?”. Notaba una cierta envidia en sus miradas. Incluso su más íntima, Amelia, entre ironía y sinceridad, le dijo en un aparte…” Pero bueno, querida, ¿has ligado o te has echado un amante?”.

     Aquello la llenó de orgullo. Hasta tal punto que estuvo tentada de confesar dónde y qué tinte se había dado. Sobre todo, después de las insistentes preguntas de alguna de sus más allegadas. Sin embargo, su respuesta fue sólo un intrigante…” Aaaaaaaah”. Decidió atesorar por un poco más de tiempo su descubrimiento. Estaba segura de que acabaría confiándoselo, pero…” Que al menos unos días se murieran de envidia”, se dijo. Y rio para sus adentros. Ella, Consuelo Mediavilla, la viuda sin consuelo, como le decían algunas tomándole el pelo (“y nunca mejor dicho “– pensó) convertida en la viudita alegre, la amadora insaciable, la defensora de la seducción libre. Volvió a sonreírse ufana.

     -Pues sólo faltaría que se convirtiera en realidad y encontrara mi media naranja madura. Si fuera verdad… -reflexionó tácita.

     La media sonrisa saltó a sus labios tan evidentemente que lo notaron.

     -Mira cómo se ríe. Ésta se ha echado novio y no nos lo quiere decir – apuntó Carmela.

     - Sí, sí. Para mí que por lo menos alguien la ha tirado los tejos – abundó Tere.

     - ¡Venga, chicas, que vosotras bien que os arregláis cuando hay un posible plan a la vista! – la defendió Amelia.

     Por suerte para Consuelo toda la conversación derivó en el accidente ferroviario recién ocurrido, con las imágenes de desesperación de las víctimas, y, sobre todo, en los cuernos que le había puesto Samanta a su marido. Y aquel tema no permitía demora. Especialmente por cuanto la mencionada no se encontraba entre ellas. Había que aprovechar el momento para “despellejarla”, como decía Carmela.

     Al cabo de la tertulia todos los asuntos noticiables y los apuntados en el último programa televisivo del corazón quedaron comentados y bien comentados. Es decir, con el aporte y el jugo de la glosa más picante y con la defensa y la crítica más sarcástica, a partes iguales, de la tertuliana de turno.

     Se despidieron tres horas después. Su mejor amiga con un par de besos al aire de la mejilla y un “Ya me contarás” al oído.

     No esperaba a sus dos hijas hasta el fin de semana. Así que, ya en casa tras de una cena frugal, se plantó de nuevo ante el espejo diciéndose…

     -La verdad es que estás estupenda. Ya sólo te falta quitarte esos kilitos de más. Si no fuera por ese picor que me llevan los demonios.

     Las noticias y la película de su cadena preferida dejaron paso a la lectura en la cama. El amante de Lady Chatterley sería una rúbrica perfecta para ese día.

                              **************************************

     Tuvo la mañana un despertar desolador. El escozor que le penetraba hasta la raíz de su melena se tornaba casi insoportable. Ni durante su aseo personal tuvo una sensación de comodidad. No tuvo otro remedio que lavarse el cabello. Al tiempo que se pasaba un peine de escasos pero largos dientes para separar y ahuecar las guedejas, se rascaba con él para calmar la comezón. Aquello terminaba por ser preocupante, por cuanto de forma progresiva se le caía cada vez más cabello; pequeños mechones se desprendían con cada pasada de cepillado. Era peor aún. La apariencia del peinado había perdido su brillantez y presentaba una coloración cenicienta y mortecina para entonces.

     Se recompuso como pudo. Las prisas por realizar las compras imprescindibles con que aprovisionar el frigorífico la empujaban a salir.

     Ya en el supermercado seleccionaba con premura y apuro los fiambres, y friccionaba a la vez sus sienes. Escogía la fruta para unos días en tanto se hurgaba en la coronilla. Ese fue el momento en que la saludó su vecina Adela. Sin mediar más que unas palabras ésta le sacudió en el hombro con el fin de quitarle un ricito de pelo. Y también se fijó que tenía cerca de la nuca una calva. Así se lo dijo a Consuelo, que se tocó la zona. Entre sus uñas no sólo se le quedaron nuevas mechas, sino que además apreció cómo entre los dedos se escurrían unas manchas de sangre. Soltó un respingo y un grito contenido. Aquello no podía ser normal. Tendría que ir con urgencia al servicio médico más próximo.

     De vuelta y muy enfadada, tomó el frasco que se había llevado a casa y lo vació en el inodoro. Inmediatamente después pensó en acercarse a la peluquería. “Les pondría de vuelta y media”, se dijo, por surtir un producto tan cáustico. Pero enseguida se dio cuenta de que, con toda seguridad, disponer tal fórmula para la venta a sus clientas no se habría producido con premeditación. Tenía que haber sucedido por error. En todo caso debía darles cuenta del hecho.

     Al cabo de media hora ya se hallaba a la puerta del establecimiento. Tomó aire profundamente y contó hasta diez. No deseaba dejarse llevar por la indignación y actuar con ira. No obstante, algo en su rostro y su actitud la delató. Tanto fue así que no había dado más de cinco pasos al interior cuando Paloma le preguntó…

     - ¿No me digas que a ti también?

     Consuelo supuso de inmediato de qué hablaba, pero tardó unos segundos en contestar mientras buscaba la respuesta y el tono adecuado.

     - ¡A mí también…! Si te refieres al tinte no te puedes hacer una idea del desastre que me ha causado. Entiendo que no es cosa vuestra… al menos a propósito. ¡Pero es que me estoy quedando calva! – no pudo contener un sollozo de rabia.

     - ¡Ay, por favor…, mi pobre! ¡Cómo lo siento, cariño! Eres la cuarta clienta que le ha pasado algo parecido. Ya hemos retirado y devuelto todas las cajas de ese laboratorio. Y les hemos comentado tanto por internet como por teléfono el problema que nos han originado. ¡Ay, querida, cómo tienes el pelo! ¡No sabes cómo lo siento! Si podemos hacer algo por ti… ,lo que sea, dínoslo.

     - De verdad, yo sí que no sé qué hacer. Voy a tener que pasar por un dermatólogo. Y bueno… ¿qué es lo que os han contestado, qué excusa...?

      - Nos han respondido que ha tenido que pasar un accidente, que en ningún caso debería haber sucedido. Me han repetido varias veces que era un producto testado y que se ponían manos a la obra para solucionarlo. Incluso han hecho mención a si podía darse el caso de que lo hubiéramos aplicado incorrectamente. ¡No te fastidia…! ¡Con los años que llevamos en esto!  ¡Pues les he puesto a parir!

     - ¡Pues menos mal que estaba testado! En fin, que me voy al médico de urgencias. Ya veremos cómo acaba esto.

     Desde allí mismo se trasladó al hospital, donde tras dar sus datos y comentar el problema que le traía hasta allí, pidió ser atendida por un dermatólogo. Al cabo de una primera atención de una enfermera, que evaluó la urgencia y rellenó un impreso para el facultativo, tuvo que esperar tres cuartos de hora hasta que se produjo la exploración de un médico. Su diagnóstico… que debía ser atendida por un dermatólogo.

     - ¡Lo que yo decía! Y tanto tiempo para eso. Si me hubieran hecho caso de entrada… - recapacitó de forma contenida ella, aunque sin decir nada.

     Veinticinco minutos después la reconocía una dermatóloga. Le confirmó que el cuero cabelludo aparentemente había sufrido el efecto de una solución muy abrasiva. Sin embargo, la confortó un tanto al decirle que era probable que no hubiera afectado mucho a la raíz del pelo y que la dermis probablemente se recuperaría con el tiempo. Con lo que las previsiones eran alentadoras. Le recetó un champú higienizante y un ungüento hidratante que debía administrarse sin frotar demasiado. También le recomendó que no se cubriera el pelo por ser preferible que respirara la piel. Salvo si notaba que los efectos se agravaban, la citó para consulta transcurrida una semana.

     Inquietante le resultó la apostilla con que concluyó la visita hospitalaria. Ya al salir del centro médico fue asimilando poco a poco a qué se refería la doctora al decir…

     -Procúrese algún bote del tinte utilizado, por si es cierto que este desaguisado tenga que ver con su aplicación. Y si le es posible traer aquí una muestra no estaría de más. Tal vez sea interesante analizarla en algún laboratorio estatal y se pueda considerar el hecho como un posible delito contra la salud pública del que debiéramos informar. Pudiera además serle conveniente si decide emprender acciones contra quien lo produce o distribuye.

     Estaba claro que se refería a acciones judiciales. Consuelo no había caído en la cuenta de la responsabilidad contraída por los laboratorios. Pero se informaría. Se dijo que llegaría hasta donde fuese necesario para que ese tipo de daños no quedasen impunes. Recordaba hechos anteriores en torno al consumo de artículos defectuosos o peligrosos. La oficina de defensa de los consumidores sería una primera piedra de toque y ahí, con un poco de suerte, le facilitarían cumplida información sobre cómo proceder.

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     El día siguiente fue una ardua jornada sin apenas tiempo para tomar aire. La consulta en la delegación de atención al consumidor, donde le indicaron la oportunidad de confeccionar un escrito de reclamación y si lo entendiera como necesario la formulación de una denuncia, fue sólo el primer paso. Después vino la ansiedad de comprobar si las prescripciones dermatológicas le daban el resultado esperado, intentar la consecución de las pruebas a través de la propia peluquería, contactar con otras clientas afectadas…

     Recordó que ella misma había tirado el contenido del frasco que se llevó a casa. Sin embargo, la misma Paloma le informó de una señora que se había llevado a su domicilio un envase con el mismo tinte. Le facilitó su teléfono, ya que ella no había sido capaz de ponerse en contacto con la mencionada clienta, pese a haberlo intentado en varias ocasiones para prevenirla. La llamaban doña Leo, y, por suerte, Consuelo consiguió que en la segunda intentona le respondiera a su llamada. Así que incluso recibió con alegría la noticia de que ella no había llegado a abrir el bote y, tras contarle lo sucedido, se ofreció a facilitárselo.

     Finalmente, a la vista de que se había suscitado la misma consecuencia en cada uno de los casos de señoras tratadas con la misma fórmula de la empresa Sleep Elegance, se presentó en una oficina policial. Allí interpuso una denuncia por lesiones, informando al tiempo de que probablemente tuviera que ver con una solución química empleada para teñir el pelo, de la que poseía una muestra.

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     Transcurrido más de un año, la empresa denunciada seguía poniendo trabas e interponía todos los recursos posibles para demorar la apertura de juicio oral, a lo que se añadía la natural lentitud del sistema judicial.

     Consuelo tenía un tanto olvidado el incidente. Su cabellera había recuperado en parte su estado normal. Fue su amiga Amelia la que se lo recordó durante una de esas tardes de aburrido pasar el tiempo en la cafetería.

     - ¿Qué fue del asunto del juzgado? ¿Cómo va?

     - Que yo sepa está más parado que el trabajo de mis hijas. Si te interesas en la secretaría del juzgado en cuestión te dicen que no te preocupes, que ya saldrá. Mencionan además no sé qué de la cadena de custodia de las pruebas. Y a mí nadie me dice si voy a necesitar un abogado, si lo ponen de oficio…

     - Pues que no te pase nada como te tengas que meter en abogados. Es peor que invitar a comer a mi cuñado.

     - En fin, chica, todo se andará. Oye, tengo que ir a recoger un paquete o un sobre en Correos. Me han dejado nota en el buzón de que lo depositan allí porque no me han encontrado en el domicilio. No tengo ni idea de qué puede ser. Si me acompañas…

     - No puedo. Yo también tengo cosas que hacer. Los trámites para el entierro de mi suegra me tienen loca. Con eso de que mi marido está trabajando y es hijo único…

     - ¡Ay, querida, no lo sabía! Ya lo siento.

     - No te preocupes. Tampoco estábamos demasiado unidas.

     Se despidieron con un par de besos al aire a la altura de las mejillas. Cada una a sus quehaceres. Aguardada la insalvable cola en la oficina de Correos y Telégrafos, firmó el recibí de un sobre certificado proveniente de los juzgados. Al abrirlo la indignación y la cólera afloraron a su cara aportándole un color rojizo. En la misiva se le comunicaba el archivo de la causa contra Sleep Elegance y que podía hacerse cargo de copia de la resolución en dicho juzgado.

     De seguido se personó en la secretaría del juzgado de instrucción número dos donde le corroboraron que el procedimiento judicial no continuaría, salvo si se presentaban nuevas pruebas. También incidieron en que el juez se había visto obligado al archivo de la causa por no haberse respetado la cadena de custodia en lo relativo al frasco de tinte. Decían que pudo ser manipulado antes de la presentación como elemento probatorio. Tal fue el cabreo sentido que lo siguiente que recordaba Consuelo fue ser acompañada a la salida por el personal de seguridad, mientras le advertían que no continuara en esa actitud porque podía acabar encausada por desorden público y amenazas.

     Ya en la calle la desesperación le asalto en forma de un ataque de impotencia. Una llantina seca, sólo contenida por los morros apretados, la hizo sentirse menos que nada. Regresó a casa con una sensación malsana de debilidad, de carencia e inutilidad que la desbordaban.

     Ahora bien, una hora después de tenderse en el sofá recuperó su cordura y su vigor. No se podía dejar vencer así como así. Sus amigas y ella crearían una asociación contra las industrias farmacéuticas estafadoras. Poseía los conocimientos suficientes para manejarse en las redes sociales. Por ahí empezaría.

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     En un almacén de la empresa Sleep Elegance, Ernesto, que había trabajado con anterioridad para Labelle, una filial de otra compañía cosmética de la competencia, recorría los pasillos de cajas y estantes tal y como lo hacía de forma cotidiana. Pero dos años antes había recibido un pago de su antiguo jefe por realizar cierta labor comprometida. En una esquina del pabellón bajó de su balda una caja de un producto de perfumería. Extrajo de su macuto una jeringuilla y un pequeño envase con un líquido incoloro. Con ellos fue inyectando una cierta cantidad en cada uno de los botes de aquella partida embalada. Después volvía a encintar el embalaje dejándolo con su aspecto inicial.

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     Entretanto Consuelo se esforzaba por darle publicidad a la agrupación contra el fraude en productos de consumo. Pero aquel asunto no parecía interesarle a nadie. Por aquellos días comenzó a notar dolores de cabeza y nauseas no muy frecuentes. Pero al poco también detectó manchas rojizas y lunares pigmentados en el margen entre el cuero cabelludo y el cuello, lo que le decidió a presentarse nuevamente ante un dermatólogo. Y para entonces el melanoma avanzaba irremisiblemente.

 

    

   


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