EL BLOG (Relato)

 





       Me urgía acordar un encuentro con él. Había llegado el momento de tener un contacto más directo. Durante varios años había seguido su blog por la red como una más de sus seguidoras. ¡Cuántos momentos agradables o entrañables me había proporcionado! Sus relatos, sus comentarios críticos respecto a la actualidad, la sociedad y la política, tan atinados. Alguna de las fotografías que colgaba no desmerecían en comparación con los profesionales. Poseía una gran personalidad y una sensibilidad fuera de lo normal. Ahora bien, la poesía estaba fuera de todo lo conocido, quedaba lejos de cualquier comentario. La emotividad, la delicadeza y ternura de sus versos poseían un halo especial. Su lirismo condensaba el sentimiento y el compromiso más elevado. En una palabra, sus estrofas tenían “alma”.

     Sin embargo, sólo hacía seis meses que me atreví a comunicarle mi admiración. Y por fin me había contestado. Decía sentirse honrado por mis comentarios y que, aunque no se consideraba digno de mi admiración, sí le enorgullecía mi aprecio. Y que estimaba a su vez mis comunicados. Añadió además una reflexión, una apostilla un tanto equívoca, que me dejó en la duda. Su frase era… “por lo demás me gustaría apreciar otras cosas en ti, Consuelo”. Aquello me provocó serias inquietudes sobre lo que quería decir y extraños sueños en los que imaginaba su rostro con una belleza delicada y con atractivos insospechados. Una silueta fornida, de anchos hombros, pero sin una musculación exagerada, de una hermosura indescifrable sin llegar a ser el guapo de postal. Se me aparecía en un pasaje de ciudad antigua o en una playa solitaria mirándome con aquellos ojos que yo imaginaba verdes y enigmáticos. No obstante, en ningún momento había dejado en la red fotografía ninguna de sí mismo y yo jamás hubiera osado reclamársela. Probablemente deseaba conservar la intriga, el secreto de su imagen. Porque no me cabía la posibilidad de que fuera feo o malformado. Sí conocía su nombre, Álvaro. El simple hecho de mentarlo me ponía lasciva.

     Sí me propuse continuar nuestras misivas y contactos. E incluso conseguí armarme de valor y enviarle alguno de mis escritos. Él contestó valorándolos como una “prosa con mucho futuro” y recomendándome que perseverara. Pero me faltaba algo, cierto impulso diferente. Empezaba a echar en falta algo físico, quizá una amistad…u otra cosa.

     Con el paso de los días comencé a enviarle varios de los escritos que yo consideraba más creativos, más pensados y personales; incluso le transmití y remarqué aquellos que para mí contaban con un particular estilo, muy mío; algunos con una emoción desbordada. Su respuesta no podía ser más estimulante. Me venía a comunicar que la lectura de mis relatos y poemas le habían producido “asombro y fascinación”. ¿Qué decir sobre lo que sentí en aquel instante de enajenación? ¿Encanto, desconcierto, entusiasmo, arrobo? Probablemente todo en una mezcla de sensaciones. Si me hubiera medido la cintura, con seguridad, mis vestidos y pantalones hubieran aumentado dos números la talla. Tan hinchada y orgullosa me notaba.

     La vorágine de mis escritos se sucedió a una velocidad de vértigo. La inspiración de mis creaciones experimentó al mismo tiempo un acicate tremendo, un impulso in crescendo que me devoraba. Pero necesitaba algo más.

     Meses después me arriesgué a confiarle mis lecturas y manuscritos más íntimos. Su respuesta no podía traerme mejores perspectivas. Me reclamaba nuevos textos y proclamaba su devoción y entusiasmo al leerlos. Junto a estas misivas me revelaba su impaciencia por conocer más de mí. Me pedía de hecho que le mandase por email alguna fotografía mía y, si pudiera ser, alguna instantánea con un aire sexi o posados con poca ropa. Aducía su “sed por conocerte con cierta profundidad, la sensación de carencia y ahogo que me produce no poseer una imagen verdadera, próxima de tu efigie”. En el siguiente comunicado me mostró su “miseria y pobreza al no contar con tu perfil. Seguro que, si me confías tu silueta, símbolo del atractivo de una diosa, nunca más me sentiré huérfano del ideal de mujer que tienes que poseer en tu ser íntimo”. Cuando recibí aquella declaración de afecto y atracción, no lo dudé un instante y le envié varias de mis fotos en actitud coqueta y alguna que otra casi desnuda o en retratos comprometidos, al tiempo que le solicitaba la recompensa de obtener fotografías suyas.

     Podría argumentar que me encontraba como en éxtasis al hacer acopio de valor para advertirle que sería importante para mí nuestra amistad y confesarle que tal vez corría cierto riesgo de enamorarme. Le propuse encontrarnos como en una de esas clásicas películas donde se suceden contactos entre desconocidos y en las que los personajes se reconocen por una flor, un color de vestido o un libro. Para mi sorpresa tardó bastante en responder, expresando su voluntad acuciante por contactar conmigo, pero que en esos momentos no podría ser porque su trabajo y ciertas gestiones imperiosas le impedían llevarlo a cabo. Accedió, eso sí, a enviarme un posado atractivo suyo en un entorno crepuscular de una preciosa playa, aunque con el rostro velado por sombras.

     No insistí en principio. Y de hecho ocurrió algo insospechado. Sus comunicados empezaron a espaciarse hasta que los lapsos de tiempo entre sus mensajes me resultaban insufribles. A tal punto llegó que varias de sus misivas me parecieron fórmulas evasivas o puros pretextos.

     Yo había abandonado un tanto la costumbre de quedar con mis amigas para disfrutar de una noche de chicas, para tomar algo o incluso para salir a la caza. Mi dedicación a la escritura y a la búsqueda de cualquier pretexto con la finalidad de establecer comunicación con mi bloguero condicionaba toda otra iniciativa que no estuviera relacionada con el negro sobre blanco.

     Más aún, iba perdiendo el apetito. Tanto era así que mis más inseparables camaradas me comentaban en nuestra última reunión que tenía mala cara y que había desmejorado mi aspecto en general. Me notaban como apática, desganada. Finalmente, en una de las pocas ocasiones que coincidimos en aquella cafetería que frecuentábamos, les confesé a mis más íntimas lo que ocupaba mi mente con tanta insistencia. Su consejo inequívoco fue que debía apartarlo de mi cabeza cuanto antes y tomar la vida como venía, sin someter mis perspectivas a un solo foco de interés, y estar abierta a todo el abanico de posibilidades o caería en la depresión.

      Sin embargo, únicamente a Esperanza, en un momento que nos quedamos solas, me atreví a contarle todo en detalle y cuánto me preocupaba perder el nexo que me unía con él. Ella repuso que no cortara el hilo del todo, pero poniendo a prueba la consistencia de su apego. No obstante, me propuso algo diferente. Me pidió la referencia de su blog. Le escribiría como que le había llegado noticia de él por pura casualidad e intentaría sonsacarle cómo proceder y su verdadera inclinación por mí y por otras competidoras, haciéndose pasar por una conocida mía, pero sin declarar nuestra amistad personal.

     Al cabo de unos días me llamó por teléfono para decirme que había logrado conectar con él. Aunque el procedimiento había sido parecido, mandándole algún texto y unos comentarios, el hecho de enviarle una foto en el segundo email lo había acelerado todo. Su respuesta casi inmediata fue que le mandara alguna otra instantánea un poco más atrevida y que necesitaba “vivificar nuestra conexión, tengo sed de conocerte con cierta profundidad”. No me extrañaba. Ciertamente Espe tenía un corazón de oro, pero también unas curvas de vértigo.

     Me insistió, aun así, que en ningún momento pretendería ser una competidora conmigo. Pero según ella lo veía, las intenciones de Álvaro eran evidentes, muy interesadas. Le contesté que mis sospechas también iban dirigidas en ese sentido. Lo que no le dije fue que la frase textual de él me sonaba de algo, o más bien que era casi exacta a la dirigida a mí. Me avergonzaba la sensación de haber caído en una trampa tan tonta, como una ratita hambrienta en pos del trozo de queso. Al parecer me dejaba engatusar muy fácilmente. En todo caso me sugirió continuar el juego y probar por dónde salía el chico. Yo acepté, pero con la condición de poder observarlos. No por el mero hecho de espiar y asegurarme de que tampoco las intenciones de Espe eran desleales, le dije a ella, sino para constatar de primera mano la impostura de Álvaro. ¡Falso! Era mi mejor amiga, pero…No me fiaba ni un pelo. No sería la primera vez que una buena amiga la liaba bien liada.

     Así como mi encuentro con él resultó inexistente, las citas con Espe se sucedieron a un ritmo trepidante. Ya en la segunda, en la que quedaron en un parque público, la batalla de los primeros acercamientos lujuriosos, el pasamanos por los hombros, las caricias como descuidadas o producidas por azar, las frases al oído y las risitas nerviosas conseguían ponerme a mí también extremadamente nerviosa. Y encima la dificultad de espiarlos de forma oculta tras de setos y árboles me hacían sentir abochornada, humillada, desconcertada… estúpida.

     Tanto me soliviantó todo aquello que, sin una vacilación más, la llamé para comunicarle que mejor abandonaba el jugueteo. Pero ella repuso que sería contraproducente cortar de forma drástica porque los hombres en ese plan se sentían ofendidos o celosos y perseveraban con más ahínco.  No supe qué contestarle. Si bien Espe me reveló la intención de él de tener un encuentro más íntimo, a lo que ella se negó.

     Ya no las tenía todas conmigo. Empecé a considerar la posibilidad de que me estuvieran engañando y mantuvieran una relación aún más próxima. Pero ¿qué podía hacer? Y, por otro lado, yo no conocía la dirección de Álvaro como para hacerle un seguimiento más radical. Apenas distinguía su cara y su figura por haberla contemplado en una foto poco clara o de lejos ahora, detrás de unos matorrales. No cabía otra opción que entrevistarme con mi amiga para acallar conciencias y desentrañar falsedades, ardides y seducciones.

     El día que nos encontramos, viernes de Semana Santa, mi situación anímica y temperamental se hallaba igual de martirizada que el Jesús histórico a causa de las noches sin dormir, de la fatiga ocasionada por los celos y los recelos y por la menstruación. Parecía que me había tocado todo el mismo día en el mismo lote. Habíamos quedado en un pub al que no solíamos ir en previsión de no toparnos con las chicas de la cuadrilla. Lo mejor resultó el ambiente discreto porque, por lo demás, había sido un error, el volumen de la música prácticamente nos impediría mantener una conversación normal. Y allí apareció con una microfalda que no sé a quién pretendía impresionar, pues se le veía hasta el carnet de identidad.

     - ¿Qué tal Espit? – la saludé, dándola un par de besos.

     Sólo yo, por la confianza, la llamaba así debido a su espitosa y nerviosa hiperactividad. Sin embargo, no se la veía acelerada, sino deprimida. Acabábamos de pedir unos gin tonic y ni tan siquiera nos los habían servido cuando ella prorrumpió en sollozos incontenibles.

    -Pero ¿qué te ocurre, vida? Pareces la viva imagen de la Magdalena – traté de consolarla acariciándole los hombros.

     Tardó unos minutos en recuperarse de la congoja y ser capaz de conversar.

     -Pues chica que me he enamorado como una tonta – me pudo confiar al fin.

     Mordiéndome la lengua, ya que presentía por dónde iban los tiros, le contesté solícita…

     -Pero cari, si eso no es nada malo – continué frotándole la espalda con más insistencia, animándola a proseguir.

     - Sí, pero me creo que no me corresponde, que sólo me utiliza. – y nuevamente desató su desconsuelo llorando.

     - Hablamos de Álvaro, ¿verdad? – la interrogué con un cierto pavor de recibir una contestación afirmativa, aunque era casi segura.

     - Pues claro, hija. Pareces tonta. ¿De quién se iba a tratar si no? – contuve mi respuesta de ira mordiéndome la lengua hasta hacerme sangrar -. Estos últimos días…, te juro que ni lo busqué ni fue mi intención, hemos estado saliendo Álvaro y yo hasta que consiguió llevarme a la cama – sólo en mis ojos dejé apreciar la rabia que se apoderaba de mí -. Nuestras relaciones en un hotelito de las afueras acabaron siendo casi diarias. No sabes lo que es capaz de hacer ese hombre en la cama. Y yo estaba tan encariñada que no veía más allá de mis narices. Por más que resultara evidente. Me la pegaba, Consuelo. Y con una conocida nuestra, la condenada Lucinda. Habrás oído hablar de ella, la linda Luci, la zorra – otra vez sus llantos se le acumularon.

     Curiosamente, casi con seguridad por un sentimiento vengativo, me sentí reconfortada y aliviada de no haber llegado a nada con él. Y, por el contrario, también la empatía me inclinó a hacer honor a mi nombre. El antro sombrío, pero con luces de neón y lámparas de luces indirectas, decorado en tonos malvas y grises, con una barra y mesitas coquetas y unas alfombras preciosas, invitaba a la confidencia, si bien era necesario el boca - oreja.

     -Vamos, vamos. Sosiégate. Que estamos dando la nota y van a pensar que estamos enrolladas y tenemos un conflicto amoroso.

     -Me importa poco lo que piensen los demás. Hija, es que esto del desamor no me había ocurrido nunca y no me acostumbro a sobrellevarlo. ¡Seremos cuitadas que nos engañan tan alegremente! En fin, resignación, que parecemos las solteronas de un dramón de pueblo. Ya siento haberte traicionado en cierto modo. No era mi propósito. ¿Me perdonas?

     Ganas me daban de decirle que no. Que le estaba bien empleado por no saber contenerse y engañar mi confianza, pero me abstuve.

     -Claro, mujer. Bueno y ¿cómo ha sido eso que te ha hecho revolverte contra él, lo de Lucinda, digo?

     -Pues mira me he enterado por otra de las del grupo que es muy amiga suya. Pati…, ya sabes esa que se mete en todo y que no sabe guardar un secreto, apareció el otro día en uno de nuestros cónclaves. Te avisé hace unos días para que vinieras y no quisiste, ¿recuerdas? Bueno, es igual – ¡la muy condenada!, habían quedado y se le olvidó o no quiso contar conmigo, pensé-. El caso es que va allí y se pone a despotricar de Luci. Que si ha quedado con un tío que conoció por internet, que si ya apenas salían juntas, que si esto, que si aquello. Y va y suelta el nombre de Álvaro. Me dejó consternada, chica. Hice averiguaciones, tirándole de la lengua y ¡no te fastidia que se trataba del mismo Álvaro!

     - ¿No me digas? – reía en mi interior.

     - Así es, que el muchacho se tira todo lo que se le pone por delante, vamos. Y a mi…, a nosotras, que nos zurzan. Sé de buena tinta que sus páginas del blog son un pretexto para realizar los contactos. De hecho, se ha repasado a la mayoría de la cuadri de Luci.

     - Pues vaya. Y ¿qué te parece si le damos un escarmiento que lo recuerde para toda la vida? Sin excesiva violencia, claro – con un gesto mohíno puse mi entrecejo en posición de reflexión profunda y abrí el menú de artimañas.

     - ¡Ay, chica me tienes en ascuas! Cuando te pones en ese plan me dejas alucinada. Cuenta, cuenta. ¿Qué has pensado para la ocasión?

    - ¿Qué te parece si tú pones el señuelo y yo me encargo de lo demás, y hasta de los postres?

     Después de repasar la confabulación, quedó diseñado el papel que desempeñaríamos cada una en la maquiavélica maquinación. Espe le llamaría y se citarían en el lugar habitual, el hotelito de marras, para que no recelase. Pero sería yo quien apareciera en escena. Probablemente con la sorpresa le costaría reaccionar. Ella esperaría al momento oportuno para llamarle por teléfono. Viendo que se trataba de una llamada de ella casi con seguridad se apartaría para contestar. No tendría la desfachatez de hacerlo delante de mí. Si no recibía respuesta debía insistir hasta verse obligado a hacerlo. En caso contrario me encargaría de agobiarle con la típica pregunta de… “¿no piensas contestar?” Una vez que se retirase para ello, le echaría un fuerte somnífero en la bebida que lo dejaría en mis manos.  Mati, la enfermera del hospital me vendría de perlas en este asunto. Después, pretextando que él había sufrido una lipotimia y con la ayuda de Espe para meterlo en mi automóvil, le trasladaría al muelle. Ahí tenía contactos con los que encerrarlo a cal y canto en un contenedor con rumbo al país de no acordarme nunca jamás.  ¿Para qué me iba a servir mi ex trabajando en el puerto, si no era para casos como éste? Ya me inventaría yo una razón oportuna. Espe sólo soltó la pequeña queja de…” ¡hija, qué miedo me das cuando estás en ese plan!”.

     Al cabo de una semana procedimos a ejecutar el apaño. Mientras aguardábamos en el exterior ocultas en mi vehículo al acecho de la llegada de Álvaro, volvimos a repasar el guion.  Habíamos llegado cada una en su coche por la necesidad de largarse ella de allí, luego de llamarle y a la espera de si se producía algún contratiempo o había cambio de planes. Además, yo tenía que trasladarlo a él. Y cinco minutos después de nuestra llegada se presentó con su apostura impecable y entró al hall. “¡Qué pena de varón domado y desperdiciado!”    

     Pasé al bar del hotel a donde se había dirigido él. Pero ni siquiera se percató de mi presencia. Estaba muy ocupado mirando de continuo su reloj. Me situé en una esquina y pedí un refresco. Repasó el local paseando la vista en derredor y finalmente se fijó en mí. Apenas cuatro personas aparte de nosotros nos encontrábamos en la barra. Se le notaba algo alterado. Probablemente me reconoció y temía ver frustrada su cita. Así que optó por la directa y me abordó.

     -Disculpa, tú eres… - era evidente que no recordaba mi nombre.

     - Consuelo, hombre. ¿Te has olvidado?

     - Ah, Consuelo, ya me acuerdo. Y dime ¿cómo tú por aquí?

     - Bueno… Eso es un secreto – y le dirigí mi mirada más inquisitiva, más recóndita y misteriosa.

     - Oye, siento que lo nuestro no funcionara y… - se mostró dubitativo.

     - Me parece que estás un tanto confundido. ¿Qué es lo que no funcionó si ni siquiera habíamos iniciado nada? – corté tajante y sin rubor sus reflexiones.

     -Venga, mujer, lamento haberte contrariado o haberte creado falsas expectativas sin querer. De veras que mi intención no era frustrar tus deseos ni que malgastaras tu tiempo pensando en vagas promesas. Únicamente pretendía ser sincero y correcto.

     Empezaba a tener la impresión de que me estaba soltando un discurso aprendido y que no era la primera vez que se encontraba en esa tesitura.

     -Para, para. Deja las disculpas. Nadie te pide nada. A no ser… que me invites a una copa.

     - Escucha. Lamento no habernos conocido mejor. Salvo por nuestra correspondencia literaria nunca quise crearte esperanzas inciertas. Tal vez debimos profundizar nuestra relación en otros ámbitos, pero no se dio el caso o la oportunidad. Quizá en otro momento podamos retomar este vínculo. Pero el asunto es que ahora he quedado aquí con otra persona. Dispénsame si te di a entender algo diferente.

     Y dicho esto se dio la vuelta hacia la salida tras poner en el mostrador el importe de la consumición. Una vez que traspuso la puerta le seguí hasta el umbral. Supuse que su intención era esperar a Espe a la entrada del hotel. Todo parecía salir mal y el desarrollo de los acontecimientos presagiaba que nuestra intriga podía irse al traste. Desde la escalinata principal que embocaba hacia la recepción pude ver cómo mi amiga se agachaba tras el volante para no ser observada desde nuestra posición. Él se volvió.

     -Por favor. Te prometo que te llamaré otro día, pero ahora te ruego que me dejes. Tengo una reunión importante y… - se le veía muy apurado.

     Ese fue el instante que aprovechó Esperanza para telefonearle. Haciéndome un gesto con la mano en señal de que aguardara, él se apartó con dirección al interior hasta una esquina del puesto de recepción, atendiendo al requerimiento telefónico en el que ella le decía que la había engañado y que la olvidase, sin admitir sus pretextos y peros improvisados y con voz tartamuda, tal como habíamos convenido. De seguido le colgó sin más miramientos, mientras él intentaba perseverar pidiéndole más explicaciones.

     Allí mismo reflexionó sobre la nueva situación. Yo pensaba entretanto que todavía podía salvarse nuestra triquiñuela, al menos en parte. Supongo que por su lado él contempló la posibilidad de salvar la noche reconvirtiendo su cita en un tête a tête conmigo. Su semblante y su gesto delataban la pregunta…” ¿por qué no?”

     Al cabo de un minuto recondujo sus pasos hacia mí.

     -Consuelo, quizá deberíamos conocernos mejor. Aprovechando que la reunión de negocios prevista me la acaban de anular, ¿te apetecería otra copa con mis disculpas reiteradas y mi eterno agradecimiento?

     Con mis ojos entornados y ademán vacilante contuve mi respuesta hasta hacerle sentir inseguro. Quería hacerme la difícil y provocar la intriga. Unos segundos después le insinué…

     -Y si acepto ¿qué me darías tú a cambio?

     - Te daría mi gratitud y mi corazón…con todo – puso su mirada seductora.

     Pedimos seguidamente unos combinados y continuamos una conversación llena de dobles sentidos con el fin de entretejer un mensaje en el que se evidenciaba la necesidad de entendernos mejor. Y puesto que nos hallábamos en un hotelito, ¿por qué no en una habitación? – pasó la idea por mi cabeza.

     Sin embargo, Espe debió impacientarse al no ver movimientos como los convenidos conmigo y volvió a llamarle, seguramente dándole un nuevo plazo para recuperar su contacto en otra ocasión, a juzgar por los aspavientos que hacía Álvaro. Yo recuperé la cordura en ese intervalo. Retomé los pasos del guion original y en un descuido de él y del camarero eché los polvos del narcótico en su copa.

     Cuando apuraba el segundo cóctel note en sus ojos los esfuerzos por mantenerse despierto. Pero su mirada vidriosa le delataba. Se le atascaba la lengua y comenzaba a decir insensateces. Para cuando consiguió articular su propuesta de llevarme a la cama aprecié que se derrumbaba casi inconsciente, por lo que como pude le sostuve erguido, en tanto le hacía gestos al barman indicándole que me ayudara.

      -Hágame el favor. Me parece que mi pareja ha bebido en demasía y voy a tener que llevarlo a casa.

     El camarero me hizo un guiño, haciéndose cargo de la situación.

     - ¿Quiere que le pida un taxi?

     - Oh, no va a ser necesario. Tengo el coche frente al local. Eso sí, si me hace el favor de ayudarme a meterlo en la parte de atrás se lo agradecería.

     -Por supuesto, señorita.

     Si bien nos costó conseguirlo, su peso era considerable al ser un hombre alto y fuerte, tras breves momentos lo tenía en el interior.

     Poco después se acercó Espe ofreciéndose a colaborar.

     -No te preocupes. Déjalo de mi cuenta. Vamos a seguir con el plan hasta el final. Ya verás cómo cuando consiga regresar a la ciudad y nos lo crucemos nos vamos a reír a carcajadas. Tú vuelve a tu piso y ya te contaré.

     - Bien, bien. ¡Ay, mi pobre! ¿No se habrá puesto malo de verdad, ¿no? ¡Qué pena! ¡Y qué desperdicio!

     - Venga, vamos. ¿Ya no te acuerdas de cómo nos ha utilizado? – le espeté dirigiéndole el dedo al pecho, casi amenazante.

     - ¡Que sí, mujer, que sí! ¡Cómo eres!

     - Pues venga, va.

     Ella se metió en su coche y yo en el mío. Volví al hilo de mis pensamientos. En mi cerebro las secuencias del guion previsto por mí no eran tal como había diseñado con Esperanza en principio. Lo llevaría en mi vehículo, pero no al muelle. Lo trasladaría hasta la casona familiar en mi pueblo de origen, situada algo separada del centro urbano, y que estaba a unos pocos kilómetros. En aquel paraje solitario nadie podría observarnos. A mitad de camino impregné un paño con cloroformo y se lo apliqué en la nariz para asegurarme que no se despertaba en el trayecto. ¡Lo que me costó subirlo al piso de arriba! Como un peso muerto lo arrastré hasta la planta del desván.

     Le quité el teléfono que posteriormente tiraría en la laguna, a la salida de la localidad. Desnudarlo, amordazarlo y atarlo a la cama tras asirle con unas esposas de fantasía al cabezal resultó por el contrario sencillo. Al fin para algo me habían servido los artilugios que había comprado en el sex-shop, en previsión de que algún invitado le diera por los juegos eróticos. Ahora los podría usar con Álvaro. ¡Ya veríamos cómo acababa aquello! ¡Ahora me tocaba a mí utilizar a este cándido varón domado! A Espe le contaría cualquier milonga. Ya me inventaría el final de la historia. Todo dependería de cómo se portase en su calidad de esclavo. Aun así, tendría que improvisar. ¡Cualquiera sabía cómo y cuándo acabaría aquello! Pero en esta ocasión a él le tocaría ser el objeto sexual. Y finalmente podría retirarlo de la circulación de forma temporal o incluso definitiva.

 

 


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