COMEDIA EN EL HOSPITAL (Relato)
La visita médica de urgencias a causa de su hijo mayor no había dado como resultado ninguna dolencia tan grave como suponía Tomás. Su chico de nueve años, Tanis, había sufrido una fisura en su dedo anular izquierdo, mientras disputaba un partido de pelota mano en el frontón municipal.
En un importante centro hospitalario de la zona, ubicado fuera del municipio en que residían, se dispuso los medios adecuados para radiografiar su mano hinchada y constatar la necesidad de una escayola para inmovilizar ese dedo y que no sufriera un desarraigo o una desviación ósea de la falange.
De vuelta al municipio en que residían y ya próximos a su domicilio, maniobró para estacionar el coche en que circulaban al recibir una llamada de su mujer, Teófila. Pensando Tomás que el motivo sería conocer el estado del primogénito, le informó, sin dejarla hablar a ella, que el traumatólogo no lo había considerado nada grave, apenas una finísima fisura, y que volvían de inmediato a casa.
No obstante, su sorpresa fue mayúscula al responderle su cónyuge que no se inquietase, pero que ella se dirigía al hospital de la localidad junto con su hijo menor, Teodoro, porque, jugando a las canicas, quizá podía haberse metido en su propia nariz descuidadamente una bolita amarilla más pequeña que las otras de cristal con las que jugaba. Puesto que se encontraba en las inmediaciones de ese lugar, terminó de aparcar para reunirse con ellos.
Cuando salían él y su hijo del coche fueron abordados por un agente de la policía municipal que le requería la documentación para imponerle una sanción por hacer uso del teléfono móvil durante la conducción. Tomás trató de explicarle el motivo urgente de la llamada, pero al persistir el guardia en multarle, optó por no discutir y rogarle que fuera breve en lo posible porque debía irse de seguido al centro médico situado casi enfrente.
Un instante después se presentó su mujer y su hijo menor. Obvió lo sucedido con el agente. Antes de entrar a la zona de urgencias se reunieron los cuatro y él les preguntó por el suceso. Teófila no tenía la seguridad de que realmente dicho objeto obturase uno de los conductos nasales. También le comentó que su hermana se iba a presentar allí, dado que conocía a parte del personal de ese centro y pudiera resultar beneficioso.
Tomás se plantó delante del niño, arrodillándose, y le preguntó…
-Escucha, Teo, piensa bien lo que has hecho y lo que vas a contar. Vamos a entrar en el hospital para que te miren si tienes algo en la nariz. Pero dime si de verdad se te ha metido algo en ella.
- No sé, papa. No sé. Sólo me acuerdo que jugaba con la bolita y luego ya no la tenía y me dolía la nariz – le contestó.
Pero no pudo seguir conteniéndose y se puso a llorar desconsoladamente.
-Mira – intervino la madre-. A mí me ha dicho algo parecido cuando ha empezado a ponerse nervioso y a estornudar. Luego ha comenzado a sollozar y a respirar con ansia, y ya no le he sacado una palabra. No sabes cómo me he puesto yo, aunque te puedes imaginar. Me ha dado miedo y por eso hemos venido.
- Has hecho bien. Lo primero es asegurarnos que no tiene nada.
Entretanto se presentó la hermana de Tomás, Tina, muleta en mano, escayolada la pierna derecha desde el tobillo a la ingle, saludándoles. Absolutamente sorprendidos, le preguntaron qué le había pasado.
-Nada – repuso ésta -. Que me dolía muchísimo la rodilla mientras estaba trabajando, llevando una camilla y me han mirado en el mismo hospital. Pues me han dado la baja, diciéndome que tengo la rótula desencajada y enseguida me han escayolado.
Curiosamente en la actualidad desempeñaba su labor como celadora en un tercer centro médico, el hospital central de referencia en toda la provincia. Así que los cinco se dirigieron con Teodoro al apartado de urgencias del centro donde estaban. Se adelantaron Teófila y el pequeño de tres años para aportar sus datos en la sección de admisión del centro. Más atrás Tomás y el mayor ayudaban a Tina a remontar la rampa de acceso de urgencias. Casi en el final, se anticipó el padre, pues él portaba parte de la documentación que había que presentar.
Bonito cuadro debían representar los cinco, pensó Tomás: el niño pequeño, llorando, agarrado por la madre; el padre y el hijo mayor con su escayola, ayudando a la hermana con su muleta y su pierna entablillada. Algo así como los cinco magníficos de las dolencias, se le ocurrió.
En ese preciso momento la hermana resbaló como consecuencia de estar el piso húmedo, arrollando al chico. El batacazo fue tan singular como llamativa la entrada al dispensario de urgencias. Algún celador incluso se acercó solícito a ayudarles. La enfermera de recepción de pacientes insistió en que en cuanto pudiese les atendería a ambos. Además, coincidió que era una conocida de Tina.
En la sala de espera permanecían Tomás y Tanis, a la espera éste último de ser reconocido, en tanto la madre y el hijo pequeño ocupaban una de las cabinas de exploración. En otra anexa atendían a la hermana. Una vez concluido el reconocimiento de Teo, madre e hijo se fueron al aseo con premura, ya que el menor se orinaba. Al entornar la madre la puerta del mismo con intención de ayudarle atrapó ligeramente y sin saber cómo un dedo del chiquillo en la zona de las bisagras. De nuevo tuvieron que entrar a la cabina de examen, aunque afortunadamente no era nada grave, salvo los gritos y llanto de Teo y la mancha de pis en sus pantalones.
Terminados los exámenes de los tres, con el resultado de una canica extraída de la nariz de Teodoro, sin otras repercusiones, un leve hematoma en el codo de Tanis y una contusión ligera en la zona lumbar de la espalda de Tina, aparecieron todos por la puerta de salida del centro, contoneándose como los cinco pistoleros de un wéstern en un día aciago, heridos superficialmente, pero vivos.
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