SÓMNICO (Relato)

 




      > -Probando, probando……Cuando oigas esta música (suena de fondo la suave melodía in crescendo del adagio de Albinoni) irás recuperando poco a poco una respiración normal, lenta, contenida, poco a poco. Irán despareciendo la inquietud, el ansia, el desasosiego. Todo desaparecerá como cuando el sol elimina la bruma. Tendrás ante los ojos un claro amanecer, un claro despertar del día. Y poco a poco, con la tranquilidad vas a ir despertando tú también, poco a poco. Cuando cuente hacia atrás vas a ir recobrando la consciencia. Diez, nueve, ocho, siete, va esfumándose cualquier imagen que te atemorizaba y te atenazaba. Seis, cinco, cuatro, se desvanece el sopor y la modorra que entorpecía tu mente, se aclara el pensamiento y vas abriendo los ojos, despertando. Tres, dos, uno, ya eres de nuevo dueño de ti. Al chasquido de mis dedos me verás ante ti y todo pesar y malestar se habrán ido con el sueño. (Tras, tras). <

      El doctor Malpaso, de ascendencia argentina, había cruzado el océano y ya se hallaba en una unidad de investigación del enorme hospital. Su contrato actual, sine die, le permitía dedicar su tiempo y energía a la especialidad que, tras varias publicaciones y conferencias, había determinado su convocatoria en aquella institución: los trastornos del sueño.

     En aquella unidad hospitalaria llevaba sólo un par de meses, pero los avances con algunos pacientes, aunque inciertos, le hacían ser optimista. Esperaba encontrar fórmulas de registro y observación de los estados alfa, theta y delta, actuando quizá con la música sobre las ondas cerebrales, y quién sabe si entresacar algún procedimiento terapéutico.

     Acababa de grabar una secuencia enfocada a la recuperación de la consciencia tras un trance hipnótico y tenía esperanzas depositadas en esas prácticas para que le ayudasen a proporcionar un método de restauración y regreso a lo real, sin necesidad de proceder de forma improvisada. Tal vez incluso podría facilitar el proceso a otros terapeutas y psiquiatras menos formados.

     Debía registrar otra secuencia de mandatos para inducir al sueño, mas estaba oscureciendo y se acercaba la hora de cerrar el laboratorio. Además, Pepe el de seguridad era muy estricto con las horas. Seguramente le esperaba alguna persona del sexo femenino que le impidiese dormir convenientemente. Por lo menos él se las daba de muy macho.

     En algunos pacientes de la unidad del sueño había podido comprobar que con algunas manipulaciones musicales y verbales las pesadillas recurrentes, si no se disipaban del todo, sí al menos mitigaban sus consecuencias y conseguían dominar su resistencia a dormir. Salvo el caso del sujeto número 35, señor Abelardo Jiménez, la mayoría le dedicaban alabanzas y agradecimientos porque al fin podían conciliar el sueño. Pero las reticencias de éste, su miedo a dejarse llevar y confiar en los especialistas, le hacían casi imposible de hipnotizar y llegar a sofronizarlo.

     Otros psiquiatras habían probado al parecer con métodos químicos y sedantes suaves, pero en vano. En los planes de Malpaso no estaba el fracaso y se negaba a desentenderse de él. Por otro lado, temía que su caso derivara en una especie de desorden crónico. Había conocido algún paciente con insomnio familiar fatal, en concreto el suceso de un colega conocido suyo, que no había podido evitar el entrar en un estado de agotamiento conocido como homeostasis. Ni andaba ni hablaba, y tras ocho meses y medio entró en la fase del coma profundo irreversible.

     Le dominaba la idea de que Abelardo padeciera una desviación morbosa de ese tipo, una perturbación neurológica, hereditaria o no, quizá también provocada por una mutación de priones. Sin embargo, el sujeto 35 no permitía someterse a las pruebas imprescindibles para determinarlo con seguridad. Había accedido a ingresar en su unidad sin compromiso ninguno y sólo después de convencerlo con todas las artes y ardides que conocía. La mención de algunas patologías que, con su edad, de entre cincuenta y sesenta años, y con su sintomatología (aumento de la presión sanguínea, sudoración, contracción de la pupila), pudieran derivar en un letargo sin descanso, acabaron por convencerlo.

     Finalmente había consentido exponerse a un experimento hipnótico iniciado con sedantes, con la condición de detenerlo y desistir en el momento en que lo decidiese. Si bien en esta ocasión le suministraría un fármaco mucho más fuerte. El día señalado para el ensayo sería, así pues, veinticuatro horas después precisamente, desde el crepúsculo hasta la jornada siguiente. Ya poseía los permisos necesarios y estaba impaciente por comenzar.

               ********************************

     Abelardo se encontraba ya en la camilla, conectado a un casco que transcribiría su encefalograma y a receptores de medición de la presión sanguínea y del ritmo del corazón. Las condiciones de luz tenue y la música relajante completaban las condiciones óptimas para la prueba. El examen físico previo había dado parámetros normales. Así que el doctor Malpaso, tras hacerle firmar el compromiso de su conformidad en previsión de ulteriores reclamaciones, le dijo que si lo consideraba oportuno comenzarían.

     -De acuerdo, doctor. Me pongo en sus manos. Pero recuerde que en cuanto le haga esta seña deberá parar de inmediato – le contesto haciendo el gesto de cortarse el cuello con su mano derecha.

     - No se preocupe. Estamos aquí para intentar resolver su trastorno de narcosis y sus pesadillas. En cuanto usted disponga, si lo estima conveniente, pararemos.

     Dicho lo cual, le invitó a hacer unos ejercicios de respiración y de relajamiento. Le indujo a anotar mentalmente todos los sonidos, todas las sensaciones olfativas y táctiles. Luego le sugirió que se concentrase en un punto figurado en su frente, entre las cejas, y suavemente le rozó con el índice en ese punto. Unos segundos después le pidió que eliminase toda sensación percibida instantes antes y que elaborase una imagen mental paradisíaca, la que voluntariamente considerase más placentera.

     Después de darle un minuto para representarla, le advirtió que notaría un pinchazo y que de seguido debería desechar cualquier otro estímulo y concentrarse únicamente en su voz.

     >-Vas a seguir con una respiración relajada. Allí donde te encuentras nada ni nadie te puede hacer daño. Estás protegido lo mismo que cuando tu madre te llevaba de la mano, aunque seguirás en ese lugar paradisíaco. Vas a empezar a notar un pequeño sopor que va a ir en aumento, de forma imperceptible, pero continuada. La somnolencia comienza a ser tan pesada que no podrías ni levantar los párpados. Cuando cuente tres la sensación de sueño será total. Uno, dos, tres. A la cuenta de seis te sumergirás en el más apacible y placentero de los sueños. Pero vas a seguir oyendo mi voz y mis órdenes. Cuatro, cinco, seis. Estás dormido y reposas.

Cuando al cabo del sueño cuente nuevamente hasta tres despertarás como de la más agradable de las siestas, sin brusquedades, sin desasosiego, y habiendo desparecido toda sensación de angustia. Y no recordarás nada.  <

     Tras de estos inicios le dejo ahondar en el ensueño. Sorprendentemente rápido había ingresado en un profundo sueño. Le levantó la mano y ésta cayó a plomo. Y luego continuó…

     - ¿Me escuchas? Vas a decirme lo que ves.

     - Estoy en una especie de acantilado con un sol brillante y una quebrada muy profunda. Hace una temperatura muy agradable… Al fondo distingo un río…Pero me va invadiendo una sensación de vértigo y mareo, temo que se me va la cabeza. Me desplomo hacia adelante y caigo. ¡No! Me caigo y giro y giro. ¡Ah! – respondió el sujeto número 35 con una voz ronca, gutural y lejana, mientras parecía querer agarrarse a la cama.

     - Escucha. Tienes que controlarte. Puedes hacerlo. Vas a manifestar tu poder sobre el sueño. Comienzas a ralentizar la caída, suavemente vas notando la desaceleración, poco a poco. Bajas como a cámara lenta, blandamente. ¿De acuerdo?

     - De acuerdo. La gravedad parece haber desaparecido y caigo como una pluma.

     - Eso es. Eres ligero y flexible. Y por fin te posas como un pájaro, dulcemente. ¿Lo tienes?

     - Sí. Aterrizo dócilmente –sus manos se aflojaron.

     El doctor Malpaso iba anotando en una carpeta su evolución y sus conclusiones. Transcurrido un minuto continuó…

     - ¿Y ahora qué ves?

     - Me encuentro en un pozo negro, muy oscuro. No veo salida. No veo luz- el nerviosismo de la voz profunda le delataba.

     - Escúchame. Tienes que volver al inicio. ¿Recuerdas esa especie de paraíso en que te encontrabas seguro? Tienes que volver a él. Vamos, regresa y tranquilízate.

     El doctor detuvo su vista en la pantalla de lectura del cardiógrafo. El perfil del trazo marcado en el aparato era tan irregular y la respiración tan marcadamente ansiosa y entrecortada que empezó a temer por la salud de Abelardo. Justo en ese momento su voz resonó con una urgencia y una gravedad profunda, salida de Dios sabe dónde.

     - ¿Quién anda ahí?... ¿Qué es esa sombra? ¡Qué horror! ¡Maldita abominación! – exclamó mientras temblaba agitadamente. También las luces parecieron temblar, parpadeando.

     - Escucha. Olvida esa imagen. Estás en un sueño, una pesadilla. Tienes que recuperar el control. Obedece mi voz.

     - ¡No puedo! Se acerca. Veo sus ojos que antes eran verdes y ahora son rojos, encendidos como ascuas que parecen querer abrasarme. ¡Ah! Trata de cogerme. Dios mío – le apremió al doctor con una voz de ultratumba.

     La camilla, la mesa con el instrumental y los aparatos de medición se movían como si reaccionaran a su impulso; brincaban todos los aparatos eléctricos y electrónicos. Parecían volverse locos. Los objetos de las baldas vibraban tanto que empezaron a caerse al suelo, destrozándose. El doctor no salía de su asombro. El nerviosismo también amagaba con atenazarle a él.

     Los registros del pulso y el ritmo cardíaco rebasaban cualquier lectura que se pudiese considerar segura. Así que decidió reinvertir el ensayo y desistir.

     -Atiende mi voz. Vas a obedecerme. Regresa a la imagen del inicio, al sol. Vuelve poco a poco. ¡Vuelve! Cuando cuente hasta tres irás recuperando la conciencia. La somnolencia desaparecerá, ¿Me oyes?

     - No puedo. Me caigo en lo oscuro.

     Malpaso temió que la crisis nerviosa terminase en colapso y en paro cardiaco. El temblor del número 35 aparentaba extenderse definitivamente a toda la estancia. Incluso las paredes parecían agitarse. La puerta del laboratorio se abrió y se cerró con un fuerte golpe. El doctor estaba absolutamente boquiabierto. Se le había erizado el vello y la impresión de miedo amenazaba con apoderarse de él.

     -No, no. Vuelve – le repetía Malpaso-. Obedece mi voz. Debes obedecerme. ¿Me escuchas? A la cuenta de tres, dos, uno y en cuanto chasquee los dedos despertarás. ¿De acuerdo? Tres, dos, uno (tras, tras).

     Sólo una exclamación de pánico y una expiración ahogada recibió como respuesta.

     -Tres, dos, uno (tras, tras) – insistió-. ¡Estás despierto!

     Unos segundos después Abelardo comenzó a toser impetuosamente. Parpadeó y con un suspiro y una respiración ansiosa abrió los párpados de par en par. Como si un resorte le obligase de golpe se quedó sentado. Finalmente, algo más recuperado, comenzó a quitarse a tirones el casco y los conectores del sensor del ritmo cardiaco, y de seguido el de la presión sanguínea.

     Muy nervioso y sin decir una palabra, se irguió y se bajó de la cama. Tomó la camisa y la chaqueta y se vistió sin concierto, a toda prisa.

     -Pero…, vamos, tranquilízate – le dijo el doctor con voz pausada, intentando ser persuasivo y cogiéndole del brazo-. Esto no volverá a suceder.

     - Sin duda no volverá a suceder porque no habrá otra vez. – con un giro rápido soltó su brazo y se dirigió a la puerta.

     - ¿Qué quieres decir? Necesitas solucionar tus problemas – le reiteró intentando interponerse en la salida.

     - Sí, pero no crearme otros nuevos – le apartó con un empujón.

     Cuando ya abandonaba el laboratorio, Malpaso con un tono casi suplicante le conminó a que continuaran otro día.

     -Tienes que volver. ¡Dime al menos qué has visto!

     - He visto el infierno – y Abelardo se alejó con paso tan rápido que parecía que lo persiguieran.

     Reflexionando sobre lo sucedido, el doctor no acababa de entender qué había pasado. Antes de abandonar el hospital revisó las lecturas del electroencefalograma.

     -Increíble. Nunca había visto nada semejante.

                     ************************************

 

     El doctor divagaba sobre todo lo sucedido. El experimento del día anterior había resultado un fracaso. El método ingresivo utilizado para la inducción hipnótica era eficaz. No así el aspecto discursivo e investigador, no las extracciones de información del paciente ni la respuesta a las órdenes. Las exploraciones realizadas con ese sistema podían permitir acceder a algún grado de información íntima. No obstante, también posibilitaban el ingreso en un terreno resbaladizo e inestable. Tanto era así que los sujetos de estudio podían reaccionar de muy diferente manera. Y en ocasiones con reflejos agresivos e incluso violentos, incontrolables.

      Resultaba, pues, imprescindible replantearse la fórmula y conseguir abordar los problemas del sueño recurrente bien de forma parcial, bien con un dominio mucho mayor de cualquier efecto pernicioso. En el mismo sentido, era obvio que los distintos pacientes respondían de una manera única a los estímulos de la hipnosis. El sistema para inducir y luego abordar su entrada en las distintas fases del sueño necesitaba adecuarse a cada individuo.

     No se podía permitir errores de bulto como el de Abelardo. Pese a que la base la constituían los voluntarios, una trasgresión en los ensayos con consecuencias lesivas para el paciente podía llevar al traste cualquier avance conseguido. Y, además, en el dossier que estaba confeccionando y que quería presentar a la dirección del departamento no podría esbozar ninguna conclusión digna de reseñarse. Se iría a pique su investigación. Y probablemente se suprimirían los fondos destinados a ella.

     Había sobrevalorado las premisas a partir de las cuales arrancaba su trabajo. Era necesario, entonces, replantearse tanto la tesis como el método, y elaborar una fórmula más deductiva, sin partir de ideas preconcebidas. Lo único positivo estaba en la iniciación, pero no se podía permitir la disgregación de personalidades y reacciones indiscriminadas en los sujetos.

     Repasaba una y otra vez qué posibilidades tenía. Mas una cosa era diáfana. No podía presionar a nuevos voluntarios. La única opción que se le ocurría radicaba en ser él mismo el conejillo de indias. Pero era una pauta más que desaconsejada prohibida por los cánones médicos. El riesgo era excesivo y no se podría controlar siendo a la vez el investigador y el investigado. 

     Era posible vehicular el trance con un discurso inductivo pregrabado, y lo mismo podía grabar otro para salir de él, pero precisaba de alguien para manipular dichas grabaciones. Y además necesitaba que esa persona al menos tuviera los conocimientos médicos imprescindibles que asegurasen su integridad, si por fin decidía someterse a sí mismo al proceso. Sin duda poseía más recursos que otros para gobernar su psique, pero una vez dentro del sueño lo más probable es que él fuera dominado por su subconsciente y no al revés.

     Pero siempre existía alguna alternativa. Decidió solicitar la ayuda de su amigo Elisendo. Que, si bien no era especialista en desórdenes del sueño, sus extensos conocimientos en medicina le permitirían atenderlo en caso de una reacción peligrosa.

     Su colega, en parte alarmado por las comunicaciones nerviosas de Malpaso, se presentó dos días después. Por fortuna le había comentado por teléfono que se hallaba libre durante una quincena, antes de comenzar a impartir el seminario en el que él era uno de los ponentes.

     Le fue a recoger al aeropuerto sobre las dos del mediodía. Tras los primeros saludos y abrazos, se dirigieron derechos a un buen restaurante típico. Ya sentados ante un plato de paella y con un vaso de vino en la mano…

     -Y bien, camarada, ¿qué era eso tan urgente y tan interesante que me querías proponer? Me tienes completamente en ascuas.

     - Chico no te puedes ni imaginar lo que he vivido en uno de los últimos experimentos –y empezó a contarle todo lo acontecido.

     Una referencia somera del vínculo contractual firmado en el proyecto y un repaso de sus ensayos y errores posteriores le pusieron al día. Para los postres Elisendo ya tenía una idea aproximada de lo que demandaba y de la inquietud que devoraba a su colega.

     -Pero estás loco – le negaba con la cabeza. Yo jamás podría atender a un experimento de esa naturaleza.

     - Vamos, Eli, no te pido que te conviertas en un hipnotizador experto. Sólo quiero que me ayudes durante el proceso y que preserves mi integridad física y mental en la medida de lo posible. Y si esto acaba conmigo… no podré pedirte responsabilidades – le sonrió para que Elisendo lo tomase a broma, aunque se le notaba cierta agitación y amargura. -No puedo fracasar.

     Vencida su resistencia, Elisendo propuso que, en el camino a la casa del doctor en la que se alojaría, dejaran de lado el tema laboral y se dedicaran a repasar las novedades de sus respectivas vidas y alguna que otra anécdota antigua y manida, pero siempre jugosa...

     - ¿Recuerdas cuando en prácticas de laboratorio invitamos a la profesora rubia al supuesto experimento y la dormimos con aquella solución con mezcla de éter? - le refrescó Elisendo.

     - ¡Cómo no!, Berta. La verdad es que éramos un poco brutos. Hoy nos acusarían como mínimo de machistas – repuso Malpaso con un gesto de rechazo con la mano.

     - Pero si no le hicimos nada. Apenas nos atrevimos a admirar su torso desnudo. Que, por otro lado, ya se encargaba ella de insinuarse con sus camisas abiertas y sólo abotonadas por el ombligo – exageró Elisendo.

     - ¡Calla! Hoy quizá acabaríamos en la cárcel.

     - ¿Por qué? ¿Sabes?, estoy convencido de que eso fue lo que la enfadó, que no la hiciéramos nada. Es más, ¿no quiso luego llevarte ella a su piso?

     - Así es. Pero no me atreví. Tuve miedo de que me violase – resonaron las risas de los dos.

                ****************************************

 

     El doctor Malpaso se encontraba ya tumbado en la camilla de los pacientes. Parecía mentira que hacía sólo dos días que le enseñara a su amigo las instalaciones y el laboratorio. Ahora se hubiera dicho que Elisendo era el titular del experimento por cómo se movía entre la parafernalia de instrumentos.

     Malpaso, por el contrario, estaba intranquilo y pugnaba por atemperar su ánimo y remitirse al proceso de iniciación que tantas veces él había dirigido.

     Conectado al casco y a los sensores de control del corazón, presión sanguínea y demás, le confesó al colega su desasosiego.

     -Escucha, Malpaso – contestó -. Aún estamos a tiempo de dejarlo. Siempre encontrarás enfermos dispuestos a entregarse a tus terapias. Siempre hay gente loca y desesperada que no sabe en qué manos se abandona – le comentó con una risa abierta y pícara.

     - Bueno, no seas cafre. Y si no te importa, dale al play de mi grabación inductora de la hipnosis. A ver si al menos mi sensual voz me pone en el camino correcto.

     - Mientras no te ponga cachondo conmigo…-adujo con la misma sorna que su camarada.

     Elisendo había insistido en hacer uso de un viejo aparato de respiración asistida, aún en buen uso. Pero el doctor sólo le permitió tenerlo a mano para una eventualidad de urgencia. Y bromeó con respecto a su competencia…

     -Pues menudo médico me he echado, que no las tiene todas consigo sin su aparatito.

     -No te metas conmigo. Además, ¿lo de aparatito no lo dirás en un doble sentido? Lo quiero mucho yo y alguna que otra morena también – se rio, intentando con sus chanzas templar los nervios y relajarse, aunque ambos notaron el exceso y reiteración sobre los comentarios sexuales.

     De seguido puso en marcha la grabación: > Cuando oigas esta música irás recuperando poco a poco una respiración normal……<

     Malpaso había introducido algún pequeño cambio en la grabación con el fin de adecuar a la voz de Elisendo las órdenes sobre el nuevo sujeto del ensayo. Era el momento crucial.

Transcurridos dos minutos del inicio de la grabación, Elisendo comprobó, cogiéndole la muñeca y dejándola caer a plomo, que la tensión muscular de su amigo se había distendido, cediendo al sueño inducido. Atendiendo al método que le había transmitido Malpaso, continuó con un suave interrogatorio.

     -Ahora vas a atender a mi voz. Todo lo demás, los sonidos, las luces, es superfluo y todo pasa alrededor sin tocarte ni percibirlo siquiera. Únicamente notas mi voz…Dime ¿qué ves?

     Malpaso penetró en el ámbito de uno de sus sueños repetidos con insistencia.

     - Hay una barca, el mar parece en calma y hace mucho calor. Aprovecho para darme un chapuzón. El agua está fresca y me pongo a flotar en la superficie. Se agradece el contraste entre la calidez del sol y la temperatura del agua…Ahora una nube se interpone delante del sol y una bruma empujada por un viento fuerte quiere enfriar el ambiente…- dijo, mientras se le aceleraba el pulso y comenzaba a transpirar.

     - No. Debes conseguir que el viento amaine. Controla la respiración.

     - La brisa inicial se ha convertido en una ventisca agobiante, casi un torbellino, una tormenta se cierne. Debo regresar a la barca.

     -Y entonces ¿qué ocurre?

     - Comienzo a nadar, pero la embarcación se ha desplazado demasiado lejos en poco tiempo…Nado con mucha fuerza…Y ahora noto un calambre en la pierna izquierda. El dolor comienza a ser insoportable –le instó, negando con la cabeza.

     Dado que el ritmo cardiaco se elevó considerablemente, empezó a preocuparse Elisendo.

     -Escucha, tienes que cumplir mis instrucciones. Recupera la tranquilidad, el sol, la brisa inicial.

     Una especie de sexto sentido superó la barrera que como una membrana separaba el cerebro consciente de la región al límite del sueño, del inconsciente, y le obligó al doctor a acomodar el aliento tal y como requería de sus pacientes.

     - De acuerdo. Parece que afloja, la fuerza del aire…

     Al mismo tiempo se moderaba la cadencia del corazón. Y todo indicaba que se recuperaba. A Elisendo se le ocurrió intentar entrar en algún problema que pudiera resolverse sofronizándolo, hablándole con una serie de instrucciones claras para compensar su conmoción.

     - ¿Hay algo que te preocupe y de lo que quieras charlar? ¿Qué ves ahora? - le susurró.

     - Me encuentro en un callejón oscuro, tirado en una esquina. En mi mano derecha tengo una botella de vino. Mis ropas están casi desechas y estoy casi tumbado encima de un cartón que me sirve de colchón. A mi lado hay una bolsa de deporte con un revoltijo de prendas muy usadas. Un poco más allá veo esparcidas varias botellas vacías y un sinnúmero de objetos y desperdicios. Estoy mareado, creo que borracho…

     - Y ¿qué haces ahí? ¿Algo te ha llevado a ese lugar?, ¿es por algo que estés en ese sitio?

     - No lo sé. Pero parece que un poco más allá está una especie de caseta que es mi casa…

     Nunca Malpaso había confesado a nadie ese sueño tan reiterado, tan obsesivo, ni jamás había conseguido desentrañar qué significaba. Justo cuando se encaminaba al chamizo, se despertaba con una zozobra desconocida. Muchas veces ni siquiera lograba acordarse de lo que estaba soñando.

     -Me levanto y camino hacia la chabola. Ahora percibo dos sombras que se me acercan como acechando…

     El pulso de Malpaso volvió a acelerarse hasta un límite peligroso. Los embates del cuerpo de su amigo en la camilla, retorciéndose, movían y arrastraban los aparatos de medición. Las lecturas en las pantallas mostraban picos y senos excesivamente irregulares.

     -Sus risas y sus insultos quieren ofenderme, aunque me importa poco. Pero creo que los conozco de algo. Como si ya hubiera tenido algún problema con ellos. Sus carcajadas se me acercan y me gritan con insistencia. Uno de ellos me pega una patada.

     Los temblores de su amigo le hacían brincar en la cama. Las luces del laboratorio se encendían y apagaban intermitentemente como si quisieran contribuir al desconcierto. Las mediciones reflejadas en los visores de los receptores hacían temer una consecuencia comprometedora. Comoquiera que ya temía por la salud de su amigo, optó por concluir el experimento. Incluso se conjuraba su propio nerviosismo y hacía exceder el ritmo de su corazón de una forma desacostumbrada y desmedida.

     -Continúan y se agravan las amenazas. Una y otra vez me golpean con puños y patadas. Creo que me han roto alguna costilla. El dolor es insufrible. Intento escapar arrastrándome hasta la carretera donde tal vez me vea alguien y me ayude.

     - Óyeme. Entiende bien mis instrucciones. Estás en un sueño. Vas a controlar tu pulso, vas a dejar ese sueño y volverás al paisaje inicial, en el que estabas a gusto y feliz. Relájate.

     Notaba que los espasmos de su amigo no hacían presagiar nada bueno, pese a sus órdenes. Le asustaba que pudieran llevarle al colapso. No lo podía creer, le estaba pasando algo parecido a lo narrado por su amigo. Las baldas temblaban, los frascos vibraban y se desplomaban al suelo al igual que los instrumentos. Se rompían con estrépito. Las propias paredes parecían haber cobrado vida junto con la puerta del laboratorio, que se cerraba y se abría alternadamente.

     Él mismo miraba a todas partes aterrado y no podía controlar su propia respiración. Tenía que estabilizarse para conseguir equilibrar a su amigo. En ese momento notó un fuerte dolor entre el hombro y el brazo derecho. Apreciaba que su aliento era cada vez más entrecortado. Aun así, consiguió acercarse a la grabadora en la que Malpaso había dejado grabado el discurso con el que se salía de la inducción al sueño y pulsar el botón de reproducción.

     -El último golpe de uno de los asaltantes me ha dejado sin aire. No me peguéis más. Por favor- continuaba Malpaso.

     De pronto, una nueva advertencia de su parte consciente pareció abrirse camino y decirle que estaba soñando y que tenía que salir de la pesadilla. Seguramente escuchaba el mensaje de cierre del ensueño, de recuperación y despertar de los sentidos.

     Finalmente pudo abrir los ojos. Pero no podía creer lo que veía. Su amigo yacía junta a la mesa de laboratorio en la que estaba el dispositivo grabado por él para la terminación de la inducción. Y tenía el desmayo, las sudoraciones y el color pálido delatores de estar sufriendo un paro cardiaco. Debía intentar recuperarle, haciéndole el masaje cardiaco enseguida. Pero algo le hizo volver la vista a la camilla en la que se tumbaba el paciente. Pero…eso sí que no se lo podía creer. Allí tendido, una persona se debatía entre convulsiones, agarrándose a los laterales. Y esa persona tenía su misma cara. No podría despertar a ninguno de los dos.

    

 

 

 

    

 

 

 

 

 


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