EL LANZAMIENTO JUDICIAL (Relato)

 



       La pareja de ocupas era entrevistada por la cadena local de televisión. Sin determinar la hora, pero no sine die, sino hoy, se presentaría la comisión judicial para llevar a término el lanzamiento judicial.

     - ¿Tiene algo que decir a nuestros espectadores poco antes de que se produzca la personación de las autoridades que van a desalojarles a usted, señor Niño, a su mujer y su hijo? –preguntaba el entrevistador.

     - Sólo quiero decirles a ustedes, que me están viendo, que el señor Niño- dijo tocándose el pecho-, mujer e hijo queremos agradecerles su interés y su apoyo. El señor Niño sólo pide a Dios que interceda ante las autoridades y tenga compasión de esta familia que ni tiene lo mínimo para subsistir.

     - ¿Le han comunicado a qué hora llegará la comisión judicial?

     - No han comunicado nada a la familia. Hace una semana fuimos al ayuntamiento a solicitar ayuda económica y luego al juzgado para pedir un aplazamiento antes de que nos echaran. Pero en ningún sitio han querido recibir al señor Niño, ni a mi mujer ni a mi hijo. Parece que únicamente reciben a gente de los bancos, con traje e influencias. Y el señor Niño no tiene de eso.

     - Con tanta gente como la que se ha congregado aquí, ¿usted cree, señor Niño, que el comité del juzgado se atreverá a enfrentarse a los posibles disturbios que se originen?

     - No puedo asegurar nada al respecto, ni a usted ni a ti, que me estás viendo. En todo caso, espero que nunca tengas que soportar esta situación y que tu familia tenga que irse a vivir debajo un puente como nosotros. Aun así, el señor Niño pide a todos los presentes que no se comporten de forma violenta porque pueden acabar siendo detenidos. Que sólo ofrezcan una resistencia pasiva y nos sirvan de parapeto para el señor Niño, mi mujer y mi hijo.

     - Gracias, señor Niño por estas palabras tan llenas de aplomo y justicia. Devolvemos la conexión a la espera de un próximo enlace cuando se produzcan nuevos acontecimientos.

     La familia ocupaba uno de los recintos más pequeños de un pabellón industrial, con un cartel en la puerta metálica casi destrozado en que rezaba “Se vende o alquila. Razón en los teléfonos...”, seguido de los números de referencia. Se encontraba en la segunda planta del mismo, mano derecha, y muy cerca de la rampa que efectuaba un circuito giratorio para los vehículos. En ese rellano se congregaban la familia, algunos vecinos conocidos de ésta y los colaboradores de una O.N.G. opuesta a los desahucios indiscriminados pancarta en mano. A estos se añadían un grupo de trabajadores de las distintas oficinas o fábricas con sede en el bloque y que, sorprendidos por tanta aglomeración de gente, se habían sumado como espectadores y un poco como simpatizantes. Completaban aquel coro el presentador, los operadores y ayudantes de la televisión.

     Dos horas después de la presunta hora señalada acudieron el agente y el oficial del juzgado acompañados de un fuerte dispositivo policial, con lo cual el aforo del lugar estaba repleto y no cabía ni un alfiler. El oficial de la comisión judicial pidió hablar con la familia, pero entre tanto barullo no había quién se entendiese. Pretendía incluso hacer lectura del texto legal relativo al fallo judicial. Cuando ya reclamaron silencio para dicha lectura, las recriminaciones, insultos y gritos arreciaron hasta tal punto que los comisionados temieron por su integridad. Solicitaron la defensa de los agentes, dado que lograr el desalojo era poco menos que una locura.

     El grupo de vecinos se situó junto a los de la O.N.G. como barricada, resguardando a la familia, y comenzaron a abuchear a la comitiva judicial.

     Comenzó a oírse un griterío que se aproximaba desde el exterior: una manifestación de gente sin trabajo. En el preciso momento en que se empezaron a oír en el interior los lemas, consignas e improperios provenientes de miembros de la asamblea de parados, el desastre estaba asegurado. Reclamaban un puesto de trabajo en alguna de las empresas y ascendían en multitud por la rampa de acceso de vehículos al conocer que allí se hallaba la televisión.

     -Vamos a conectar en directo con nuestro canal en el momento en que la comisión judicial quiere al parecer proceder al desalojo de la familia de ocupas.

     Reclamaba el paso a la conexión el del micrófono, aunque no pareciera posible desde la dirección de su programa recibir sonido ninguno de su presentador o, al menos, discernir otra voz que la del tumulto vociferante.

     -No entiendo lo que me pides – hablaba al interfono-. Voy a tratar de poner al micrófono al varón de la familia de nuevo, si es que me recibes y consigo acercarme a él.

     Lograr aproximarse no era más que una quimera. Todavía más, peligraba el físico del cámara y como consecuencia la cámara en sí, que se balanceaba amenazando con cernirse físicamente a plomo hasta el suelo.

     Los que sí pretendían arrimarse, aunque fuera a la fuerza, eran los asamblearios. Comprendiendo la posibilidad de conseguir un impacto público ante los medios audiovisuales, no querían dejar pasar la oportunidad de reclamar sus reivindicaciones y su espacio de gloria. De hecho, los portadores de la pancarta utilizaban los mástiles de apoyo de sus letreros como ariete, y entre tanta cabeza resultaba factible que se llevasen algún ojo por delante en el intento. Sus coros cantando las consignas se oían a un kilómetro.

     Uno del grupo lanzó un pedrusco que llevaba en la chamarra por si acaso. El proyectil descargó en la cabeza del agente judicial. Al notar el impacto se encogió, pasándose la mano por la frente e impregnándola de sangre. Los efectivos policiales y el oficial de la comisión tardaron varios minutos en darse cuenta, dado el jaleo y la confusión.

      A esto se sumó la intervención del señor Niño reclamando paz y entendimiento, cosa harto imposible…

     -Por favor, amigos, el señor Niño no quiere violencias ni peleas. Por favor deponed esta actitud. Mi familia no quiere causar más problemas y mi hijo está llorando y teme sufrir algún mal.

     Pero por supuesto que nadie le entendía ni le hacía caso. El crío se puso tan nervioso que avanzó entre el barullo de piernas intentando escapar de allí.

     Entre tanto, los componentes de la comisión judicial y la policía habían optado por recular y largarse donde no peligrase aún más su integridad. Alcanzaron entre empujones su objetivo bajando a la carrera hasta los coches, ya que se encontraban en la primera planta. Y consiguieron llegar a refugiarse en su interior.

      Los conductores de los coches policiales con distintivos, curtidos en tales lides, realizaron la maniobra de escape con celeridad. No así el vehículo que trasladaba al comité del juzgado, cuyo conductor se puso tan nervioso que le resbaló el pie, soltando sin control el pedal de embrague tras meter la marcha atrás. El coche, tras dar un brinco sin que la rueda lograra tracción, derrapó sin control. Chocó contra el muro en la esquina divisoria de la planta y el túnel de bajada. En el mismo rellano giró por la inercia quedándose atravesado en la vía. Todas las personas de la comisión, aún aturdidos por el golpe y recomponiéndose el cuello, fueron sacados a toda prisa del interior del vehículo por los uniformados. Si bien el oficial de la judicatura temió perder el brazo al ser tironeado de él por un guardia de forma inmisericorde. Unos minutos después el automóvil era zarandeado y volcado por la multitud enloquecida.

     Unos metros más allá un vehículo de un taller próximo, estacionado demasiado cerca del barullo, podía correr la misma suerte. El conductor, viendo el riesgo, probó a aprovechar la ocasión para sacarlo de allí. Observó un pequeño hueco entre el amasijo de piernas y avanzó entre ellas. Consiguió abrirse camino al apartarse un poco la gente, que percibía en la cara del conductor el convencimiento de escapar con el coche pesase a quien pesase. Y de hecho obtuvo el premio de alcanzar el otro extremo del gentío. Cuando el operario del taller ya cantaba victoria, una figura pequeña y encogida se cruzó en su camino. Se trataba del hijo del clan de ocupas y no pudo evitar golpearle con el paragolpes delantero, lanzándole a varios metros. Se bajó a toda prisa y lo recogió metiéndole en el interior del coche con la intención de llevárselo a un centro médico.

     El padre de familia no encontraba a su hijo. La comisión judicial marchaba a toda velocidad hacia un centro médico en un coche policial. El descendiente de los ocupas también era conducido hacia un hospital, temiéndose por su vida. Los miembros de la O.N.G. y de los talleres próximos, a la vista de la violencia y del desastre generados, huían corriendo en desbandada.

     La misma persona que tuvo la ocurrencia de tirar la piedra prendió fuego a unos papeles amontonados delante de un taller de reparación de coches para dar luz a la fiesta. Los restos de aceite y de gasolina se inflamaron en cuestión de segundos.

     Los camiones de bomberos y sus autobombas no tardaron en hacer su aparición. Pero para entonces las llamas y fuegos de artificio eran incontrolables. Cinco trabajadores que no habían hecho caso al tumulto o que se habían refugiado en el interior de sus negocios aparecieron carbonizados cuando los servicios de emergencia consiguieron inspeccionar los locales tras extinguir el fuego.

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