INSANIA ( Relato)


 

 

                                             

 

             INSANIA

 

Airon

 


 

       El guardia de seguridad se acercó a la mirilla de la puerta. La abrió y en la penumbra de la celda distinguió al despojo humano calvo, escuálido y encogido como en posición fetal. Le llamaban Colibrí, porque cualquier día podía echar a volar saliendo por entre los barrotes de la celda 217, dado el escaso peso y la extrema delgadez.

     -Eh, Colibrí, es la hora de la comida. ¿Vas a salir al comedor o te quedarás aquí recluido como es habitual?

     - Te he dicho mil veces que no me llames así, que mi nombre es Zartán el mago. ¡Déjame en paz! Sólo pásame por la trampilla alguna botella de agua.

     - Vale, vale. No te pongas así. Ahí va el agua – abriendo la exigua portezuela inferior le introdujo un botellín de agua.

     Cosme, al que los enfermos del sanatorio mental llamaban Cíclope porque muchos apenas veían algo más que un ojo por la rejilla, continuó su ronda. Golpeó con los nudillos en la puerta de metal subsiguiente transmitiendo un mensaje similar.

     En el recibidor de control, situado junto a la garita de vigilancia, dos enfermeras se afanaban en organizar los preparados farmacológicos para cada uno de los pacientes…

     -Ya casi están todos, incluidos los placebos para el pesado de la 223 –comunicó Patricia, enfermera novata, a Rosa, sanitaria jefa de su departamento, vieja solterona engreída y desdeñosa, a la que los internos denominaban la Box.

     - Bueno, pero no te olvides que hay que llevárselos a su celda. Ese energúmeno de casi dos metros se pone a veces violento. Ah, y vete con el vigilante que lo controle. No seas mema y no te las des de lista y autosuficiente como la última vez.

     Patricia, acabada la dosificación, abrió las puertas batientes de acceso al control y se acercó por el pasillo hacia la puerta del almacén. En el camino murmuraba algo contra la Box, casi imperceptiblemente. Al abrir el portón intermedio cerrado con llave sólo se le oyó musitar…

     - ¡Maldita zorra! Siempre tiene que soltar alguna.

     Lo dijo mientras recordaba uno de sus primeros días en el que, desconociendo lo más mínimo de ese enfermo e informada muy por encima de lo que afectaba a otros pacientes, penetró en su habitáculo para darle la medicación. Lo siguiente que recordaba de aquella tarde era un fuerte dolor en la cabeza y que Elvira la curaba. Había sido víctima de una de las acometidas de Simeón, el de la 223, a causa de uno de sus desajustes emocionales transitorios.

     De seguido entró en el almacén. En esa estrecha estancia se topó como esperaba con su amiga Elvira, enfermera auxiliar de su misma edad, simpática y atractiva.

     - ¿Qué, cariño? ¿Ya la has tenido con la Box? - la confortó ésta con mimo-. No te preocupes, mujer, que cualquier día se jubila.     

     - Me tiene frita. Cualquier día…

     - Venga, bonita, que sólo nos quedan seis horas. Si quieres, luego nos tomamos unos pelotazos para olvidar…al menos hasta mañana – prorrumpió en una risa cordial y sincera, aunque poniéndose la mano ante la boca para evitar ser excesivamente ruidosa.

     - Si quieres emborracharme o ir de caza…de acuerdo – ambas rieron a coro.

     - Bueno, ya está anotado y guardado el petitorio. Vamos a ver qué nueva se le ocurre a la bruja para fastidiarnos lo que queda de tarde.

     Y recorrieron el camino de vuelta a la galería de internos. Una vez allí, tomaron de la cabina de control las dosificaciones de la tarde para los primeros pacientes e iniciaron la ronda de distribución de medicamentos. Comenzaron por Simeón.

     - ¿Convocamos al “aguerrido” Cosme para que nos sirva de parapeto? Aunque no las tengo todas conmigo. En caso de que Simeón se oponga, ni un ejército lograría hacerle tragar las píldoras, aunque luego es él quien las pide. Por eso los placebos – le propuso Patricia.

     - Por supuesto. Ahora mismo voy a decirle que se ponga la armadura y la capa – añadió Elvira con sorna-. Danos un minuto y vamos los tres en formación.

     Sin embargo, para sorpresa de todos, la supuesta fiera no opuso ninguna resistencia. Patricia se las administró sin un solo reproche. Cuando ya se dirigían a la siguiente celda, aún acompañadas de Cosme…

     -Chica, ¿qué les das? – Le resaltó Patricia a Elvira, pasmada-. Dime qué perfume usas que por la mañana me compro un par de litros.

     - Ha sido la intimidación de este” cachas”. Nadie se le resiste.

     - Vaya, vaya. Tenemos ganas de vacilar, ¿eh? - se defendió el de seguridad – Este favor hace que me merezca una cerveza aunque sólo sea por soportaros.

     - Bueno, será al acabar el curro, pero siempre y cuando te lleves a ese rubito que nos presentaste el otro día – Elvira no se frenaba al dirigirse a Cosme.

     - Vaya, vaya. Pues no lo entiendo. ¡Con este ejemplar que tienes delante de los ojos…!

 –rubricó Patricia.

     - Pues por eso – Y se generalizaron las risas de los tres.

     Al fin y al cabo, Elvira y Cosme se conocían desde cinco años antes al menos y se llevaban muy bien. Patricia incluso pensaba que ya habían tenido alguna aventurilla. Terminado el suministro de casi todos los internos sin contratiempos, les quedaba pasarle su ración al Colibrí. Cosme ya se había reincorporado a su garita al considerar que los individuos restantes no ofrecían problemas.

     Después de mirar por la ventanilla, distinguieron la figura enjuta del sujeto de la 217, Emilio Lapuente, y abrieron la puerta, vaso y píldoras en mano, para administrarle la medicación prescrita.

     - ¿Qué tal Emilio? Me han dicho que no has comido nada. ¿Quieres que te traigamos algo? –le consultó Elvira con voz dulce, mientras le recomponía el camastro, y en tanto él negaba con la cabeza -. Deberías comer algo. Si no ingieres algún alimento te hará mal al estómago.

     Emilio, el apodado Colibrí, persistió en su negativa y no hizo el más mínimo intento por abandonar su postura fetal. Aun así, no puso objeciones a tomar las pastillas que le ofrecían, suministrándoselas directamente a la boca.

     -En fin, como quieras. Pero recuerda que por la noche tendrás que cenar algo. ¿No querrás que te pongan suero por vía intravenosa?

     Se disponían a marcharse cuando Emilio levantó la cara para decirle…

     -Me llamo Zartán y no necesito ingerir nada para sobrevivir, lo mismo que un faquir. Podría estar meses sin comer sin temer por mi salud. El poder está en la mente.

     Les costó recuperarse de la sorpresa, ya que no esperaban contestación y menos de esa naturaleza.

     - De acuerdo, pero si no lo haces te van a obligar, suministrándote una solución salina aunque tengan que atarte.

     - Nunca podrán obligarme. Pero me lo pensaré y tal vez acceda a salir al comedor o a que me traigáis algo, aunque sea como un favor personal a vuestra amabilidad…No os dejéis amilanar por la Box- repuso tras una pausa incómoda-. Y hazle un poco más de caso al Cíclope. En todo caso, tal vez para entonces ya me haya ido.

     Aquello sí que las dejó desconcertadas. Primero no entendían quién le habría comentado ese tipo de cosas. Los apodos todavía podía haberlos oído al descuido, pero sorprendía cómo se había enterado de lo demás. Y el último comentario…

     - ¡Contra!, me ha dejado anonadada – le confió Elvira.

     - Para mí que te los llevas de calle, y por eso se interesan y se enteran de tu vida. Hija mía, de verdad que no sé qué les das – estallaron en risas nerviosas. Porque en las palabras de Colibrí seguía existiendo algo inquietante.

     A la hora de cenar le llevaron un servicio con un plato de verduras, unas salchichas y fruta, que finalmente admitió. No obstante, al principio les costó distinguirlo, pues se había encorvado a la sombra de la cama, escondido debajo.

     Terminado su turno, acudieron a un pub con Cosme como tenían previsto. Pero no se presentó el mencionado “rubio”, ni ningún otro varón del interés de las dos.

                         *************************************

 

     Elvira aún se reía después de marcharse Cosme. Le había contado éste que Colibrí no había querido ir al comedor ni tomar nada, salvo agua, como era habitual. Le había insistido en que se alimentase, pues con su extrema delgadez acabaría escurriéndose por la rejilla del sumidero.

     Entre sonrisas rubricó Cosme que la contestación del Colibrí había tenido su gracia: “No necesito diluirme, con unos pases mágicos Zartán se desvanecerá, reapareciendo donde le plazca”.

     Siguió contándole Elvira a Patricia que, todavía al salir Cosme de su habitáculo, realizaba Emilio sus juegos de manos delante de su propia cara, repitiendo una suerte de encantamiento, un sortilegio de palabras desconocidas que él llamaba “arcanos”.

      A las cinco y media de la tarde Elvira, en la pieza dedicada a los pacientes, observaba cómo tras el cristal de la cabina de control de enfermeras discutían Rosa y Patricia. Lo mismo que se dominaba la sala de estar y de actividades desde la estancia de gobierno que ocupaban las enfermeras, éstas podían ser vistas desde la sala de internos.

     Con gestos muy autoritarios y señalando con un dedo acusador a Patricia, la enfermera jefa acabó de amonestar y humillar a la segunda. La novata acabó saliendo al pasillo llorando y, a toda prisa, la vio Elvira dirigirse al servicio. Se apresuró a seguirla hasta allí alarmada y, ya dentro, cerró tras de sí la puerta, viendo que intentaba sofocar sus sollozos lavándose la cara y respirando profundamente.

     -Pero ¿qué te ha pasado? ¿Qué nueva vileza se le ha ocurrido a ese bicho?, pobrecilla. Vamos, respira y trata de calmarte.

     - Pues nada, que está empeñada en echarme, la muy cerda –le confió entre hipidos Patricia.

     - Pero ¿por qué? ¿A qué ha venido esa pelotera?

     - No te joroba que me pregunta dónde está el expediente de Emilio Lapuente con su historial clínico. Como si yo tuviese que llevar el control del archivo. Según parece, ha desaparecido y pretende que yo he sido la última en consultarlo.

     - Y ¿eso…? ¿No ha podido ser acaso cualquiera del turno de mañana o de noche? Pues ¡anda que no hay bromistas capaces de eso en la plantilla!

     - El caso es que hace un par de días lo pedí, ya sabes que están bajo llave, para contrastar la medicación pautada por el psiquiatra. Y ahora me dice que yo lo he perdido, que es mi protegido y casi que lo he hecho a posta – recayó Patricia en gimoteos convulsos.

     - Vamos, hombre, eso no se lo cree ni ella. ¿Qué interés puedes tener tú en extraviar ese historial? - sentenció Elvira recalcándolo con un trazo de rotundidad en la mano.

     - Pues pregúntaselo a ella. Estoy segura de que quiere desprenderse de mí por algo y no sabe cómo conseguirlo.

     - Intentaré hablar con Rosa. A ver si logro hacerla entrar en razón.

     - Déjalo. No sea que te la juegues tú. No merece la pena, ya encontraré otro centro médico en que me valoren algo más.

     - Venga, no seas tonta. Ya verás cómo al final no será para tanto, mujer.

     - Pero si me ha dicho que tiene la obligación de comunicar a sus superiores que yo fui la que tuvo ese expediente por última vez antes de esfumarse – y volvieron los lamentos.

     - Venga vamos a dar las dosis a cada paciente, que, de mientras, yo te doy una ración de mimos.

     Y se dirigieron a distribuir las medicaciones respectivas en tanto Elvira la consolaba.

     Igual que los días precedentes, ni Simeón ni ningún otro paciente dieron problemas. Dejaron como solían para el final a Colibrí, el objeto de su reciente controversia con la Box.

     En el mismo instante que entraron Patricia y Elvira tras mirar por el portillo, Emilio Lapuente les atajó sin darles tiempo a ofrecerle las píldoras, diciéndoles…

     -No os preocupéis que yo resolveré el problema de Patricia. No permitiré que me administréis ninguna droga más. Necesito mis siete sentidos para concentrarme antes de evadirme de aquí. Mi sentido metafísico me obliga a decirte que no te preocupes por mi expediente. Ya lo haré aparecer yo. Lo tomé prestado para contrastar lo que dice de mí y reírme a gusto. Pero tranquila, lo dejaré nuevamente en el archivo para que no tengas ninguna repercusión. Después de realizar mis señas secretas, recompondré mi figura y huiré de esta cárcel. Así que quiero despedirme de vosotras, que al menos me habéis tratado con gentileza. Y no tengáis miedo que me llevaré conmigo a la Box y no volveréis a oír de ella ni tampoco hablaréis de ella. ¡Hasta pronto!

     Tan abrumadas y perplejas se quedaron que no pudieron reprobar o responder nada. Salieron de la celda sin saber qué pensar ni qué decir. No abandonaron su mutismo hasta pasadas unas horas.

     Pero aún menos pudieron articular palabra al día siguiente cuando les comunicaron que había aparecido el historial clínico de Emilio en el archivo, que Rosa no había acudido al trabajo, pese a que la habían llamado a su domicilio, y nadie de su familia tenía noticia de su paradero.

     Patricia y Elvira se prometieron que jamás contarían nada.

 

 

  

 

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