POLTERGRIS (Relato)

 


  

POLTERGRIS

 

                                                                                                                  AIRON

       Al despertar, le vino a la cabeza su padre. Argimiro estaría como siempre ocupado con alguna de sus grabaciones. Las mismas tareas que le habían impedido los últimos dieciocho años dedicarle un mínimo tiempo de atención a él. Justo los años que tenía Saulo. Cuando cumplió la mayoría de edad, se dio cuenta de los pocos instantes que habían pasado juntos y de cómo los echaba de menos. Aquella vez que lo llevó al parque de atracciones o la ocasión en la que hicieron de exploradores hasta el nacimiento del río en el pueblo. Añoraba también la jornada en que se convirtieron en piratas en cierta bahía plagada de peces y cangrejos.

     Por todo ello, extrañaba y odiaba a su padre en la misma medida. Porque lo había tenido abandonado tantos años sin apenas saber de él. Cuando regresaba a casa al cabo de una de sus investigaciones muy lejos del hogar, no disponía de un rato para dedicarlo a Saulo. Tampoco tenía ganas de contarle nada. Más aún, en muchos momentos volvía de un humor de perros, nervioso o tembloroso, despistado o colérico.

     A Argimiro, su progenitor, le atraían desde muy niño los sucesos extraños y paranormales. Lo suyo eran los temas esotéricos o extraños, los edificios encantados o plagados de fantasmagorías y apariciones, las experiencias poltergeist, las psicofonías y el más allá. A pesar de las dudas, de aquella afición había hecho su trabajo y su medio de subsistencia. Convertido en un creyente relapso de lo espiritual, se afanaba más tiempo en lo irreal que en la propia realidad. Conferenciante, investigador, tertuliano en programas dedicados a sucesos misteriosos, colaborador de revistas de esoterismo… esa era su vida y oficio.

     Cansado de esperarlo desde su adolescencia para contarle sus propias experiencias, sus conquistas y logros académicos, terminó Saulo por desistir de contar con un padre. Con el tiempo se decantó por profesionalizarse en labores técnicas relacionadas con el séptimo arte. Tras realizar estudios dirigidos a los medios audio-visuales en una escuela de artes y oficios, comenzó a trabajar como técnico de grabación y efectos especiales para una productora de cine alternativo. Y lo cierto es que en el escaso margen de un año se hizo un nombre en esos menesteres.

     Estaba próxima la Navidad. Sabedor de que su padre tenía encomendado un reportaje sobre una clínica o un sanatorio deshabitado de una localidad cercana, en el que se estaban produciendo supuestamente fenómenos insólitos y misteriosos, se decidió a hacerle una visita un tanto especial. Tales prodigios al margen de lo real quedaban en la orilla de la fe, apartados en un campo de temas en los que Saulo no creía. Se le ocurrió someter a su padre a una cura de salud, gastándole una broma particular como regalo de unas fiestas ligadas precisamente a lo maravilloso.

     Enterado de la localización de la institución sanitaria referida y de la fecha en la que acudiría, se presentó con su coche un día antes por la tarde de forma furtiva y sin comunicarlo a nadie.   

     Allí le recibió un olor a húmedo y a podredumbre que echaba para atrás. El recinto, encerrado en sí mismo hacía cinco años, presentaba un aspecto miserable. Las paredes de un gris desconchado, las puertas desguarnecidas y los cuartos y techos hundidos o con agujeros declaraban el abandono total sufrido. Las pinturas y grafitis se superponían unos a otros. Incluso se podría pensar que habían permitido la entrada de algún poeta, a tenor de las frases anotadas en los tabiques del tipo…” Aquí se permite entrar. Pero está prohibido salir bajo pena de muerte”. Los muebles deshechos y volcados por doquier, los restos de los más variados desperdicios se acumulaban en cada esquina.

   Mientras deambulaba por el recinto, Saulo iba anotando en su memoria todos estos detalles. Por los objetos depositados, se notaba que había sido el refugio de gente sin hogar y cobijo de jóvenes en sus correrías nocturnas. Probablemente también hubiera acogido la guarida de grupos de delincuentes, atendiendo a los vestigios de ropas, herramientas y los más diversos elementos procedentes al parecer de sus robos, desde carcasas de televisiones hasta una caja fuerte.

     No cabía la menor duda de que el edificio en su conjunto amenazaba ruina inminente.

     Penetró en la planta baja, que debió ser una zona de recepción y derivación de enfermos, con cabinas de atención individual. En uno de sus flancos destacaban por sus dimensiones dos secciones, una probablemente dedicada a las consultas y otra a las atenciones de urgencia. Cerca del corredor de entrada, se situaba un vestíbulo en cuyo acceso todavía se conservaba el letrero de “sala de espera”, colgando de un tirafondo. No necesitaba inspeccionar planta por planta para conocer la distribución del sanatorio, similar a otros hospitales. Entre el nivel cero y el primero se hallarían los servicios de farmacia, de radiología, los almacenes, la sala de curas. Por encima las habitaciones de los enfermos ingresados, los despachos de médicos, estancias para reuniones…    

      Casi todas las instituciones sanitarias poseían una configuración muy parecida. Accedió hasta el arranque de la escalera y comenzó a subir con cuidado. La luz del atardecer de aquel día, encapotada por nubes que amenazaban tormenta, se filtraba de forma velada a través de los pequeños ventanales de los rellanos y entreplantas ya sin cristales. Se añadía a la penumbra el peligro de los socavones y el piso destartalado, con el consiguiente riesgo de desplome, que podría llevarse consigo un cuerpo, el suyo, pensó. Así que ascendió con recelo directamente a la tercera altura. Allí, se disponían a derecha e izquierda del mostrador de recepción dos alas de habitaciones rectangulares capaces de acoger cada una un par de pacientes.  Completaban aquel dominio las estancias de administración, las de enfermeros y la de farmacología, así como los servicios. A cada esquina un acceso a las escaleras de las salidas de emergencia.

     En ese semiderruido tercer piso, de donde se decía que procedían las voces y las visiones, dispuso la parafernalia de sus instrumentos, las microcámaras de filmación, las de infrarrojos, las luces ultravioletas y las de destellos. Tales dispositivos se conectarían mediante un detector de movimiento en secuencias determinadas por ordenador. Colocó, además, el cableado susceptible de ser camuflado con masilla o poliuretano. Y también la grabación de voces y sonidos espectrales que se pondría a funcionar al mismo tiempo. Aquella reproducción, con aullidos de animales y lamentos de niños pidiendo auxilio, la habían empleado varias veces un amigo técnico de sonido y él en cortos de tensión psicológica o de miedo. Toda aquella preparación encajaba de forma perfecta con una sesión de poltergeist, de poltergris en palabras de Saulo, asociando el término con el color y el ambiente sombrío del propio recinto.

     En el pasillo de la izquierda, sin embargo, llamó su atención un habitáculo destacado por la amplitud disímil respecto de las demás y con dos portones cerrados por cadenas. Movido por la curiosidad, regresó a la recepción para extraer un destornillador de una bolsa de deportes. De nuevo ante las dos compuertas candadas, terminó por forzar uno de los eslabones aunque le costó y tuvo que emplear más fuerza de lo que suponía. Con un crujido y el peculiar sonido de las bisagras faltas de lubricación, se abatieron las puertas. Franqueó el umbral envuelto en las tinieblas. Un golpe en la espinilla de su pierna derecha le hizo recordar que en otra bolsa portaba una linterna y que la iba a necesitar. No tuvo más remedio que desandar el pasaje y recogerla.

     Ayudado por la luz, ahora sí pudo comprobar que la cámara fue una especie de laboratorio con mesas y repisas, pilas de agua y grifería, armarios y anaqueles. Al fondo, unas baldas conservaban curiosamente unos grandes frascos. No podía distinguir su contenido desde la posición en que se encontraba. Al acercarse, notó que el piso fallaba y le hizo introducir una pierna hasta por encima de la rodilla. Una astilla se le clavó en el muslo haciéndole soltar un juramento de dolor.

     Con mucho esfuerzo, logró desencajar el miembro herido. Tampoco parecía muy grave; así que la cura podía esperar hasta el día siguiente. Terminó de aproximarse a los recipientes de vidrio, viendo con horror que en su interior se apreciaban auténticos engendros contenidos en formol u otro líquido conservante. Monstruosidades, fetos deformes con ojos enormes, como de peces, aberraciones producidas probablemente por la talidomida o por el efecto de las drogas, seres sin miembros o con un desarrollo retorcido y uñas desproporcionadas, neonatos de dos cabezas, abortos de una naturaleza sin conciencia que quiso vengarse de algún sujeto por error o como penitencia de algún pecado.

     Retrocedió Saulo sin darse cuenta de que encaminaba de nuevo sus pasos hasta el agujero del desprendimiento anterior. Al sentir que le fallaba la sustentación, tuvo la habilidad de encogerse y acomodar el cuerpo para evitar que se le partiera la pierna. Por lo que únicamente tuvo que soportar una nueva herida en la pantorrilla.

     No se arredró ante las dificultades y, recuperando la calma y la frialdad, procedió a instalar sus artilugios. Sabía por un amigo íntimo de Argimiro la forma en que su padre ubicaba habitualmente los aparatos de medición utilizados por él. Así que Saulo los colocó de manera disimulada y oculta en agujeros, en rodapiés, en los falsos techos; pero no en los arranques y finales de los pasillos como solía hacerlo su progenitor. El toque final lo compondrían las luces ultravioletas ubicadas tras unos muñequitos, conformando al saltar siluetas y sombras.

     Rematado el trabajo que le ocupó hasta los presagios de la madrugada, bajó hasta la salida poniendo toda su atención en no sufrir otro accidente y volvió a su casa.

     Al finalizar el día siguiente, se reía para sus adentros, saboreando los seguros escalofríos y sobresaltos que debía padecer su padre. En la mañana sucesiva, intentó presentarse en la clínica dispuesto a la burla más socarrona a costa de Argimiro si todavía permanecía en el lugar. En caso contrario, recuperaría el material y con posterioridad acudiría a la morada de éste, donde perpetraría la más humillante de las chanzas acerca de su candidez respecto a los fantasmas. Sin embargo, un encargo de última hora de su productora le impidió aproximarse allí. Para el momento que pudo hacerlo estaba ya avanzado el crepúsculo y sólo consiguió penetrar en el sanatorio siendo de noche.

     No esperaba encontrar en ningún caso a su padre, así que subió despreocupadamente a la planta de arriba con los macutos y la linterna, si bien poniendo el celo imprescindible y los pies en lugar seguro para no tener que lamentar la falta de previsión. Recogió y desconectó del pequeño generador los aparatos acumulados junto a la recepción y, de seguido, se dirigió al pasillo derecho. Allí también recuperó altavoces y grabadora. Ya únicamente le quedaba el cableado y las luces y cámaras del lado izquierdo. Incluso se relamía presintiendo la pose ridícula de Argimiro cuando revisara lo registrado, al tiempo que, sin descuidarse, hurgaba en los agujeros en los que estaban depositadas las lámparas. Apenas le quedaba terminar la faena con los dispositivos alojados en el cuarto del fondo.

     Al cruzar el umbral desde el pasillo, tropezó con un bulto que no esperaba. Dirigió hacia allí el foco de luz para ver con espanto que en ese lugar yacía Argimiro con la boca abierta, pálido y con los ojos desorbitados. Febril, horrorizado, le tomó el pulso hasta darse cuenta de que ya era un cadáver. Aun así, llamó al teléfono de emergencias, solicitando urgentemente los servicios de asistencia médica, pero ya no había caso. Ensayó entretanto hacerle el masaje cardiaco y golpeó su pecho con desesperación. Todo fue en vano.

     En cuanto hizo acto de presencia la policía y una ambulancia, el personal de urgencias alumbró a un individuo arrodillado junto a un cuerpo inmóvil, sollozando con amargura y que repetía insistentemente…

     - ¡Yo he tenido la culpa! ¡Soy culpable… y un idiota!

     Nadie consiguió sacarle de su estado de shock ni arrancarle una sola palabra sobre lo sucedido. Tanto es así que temieron por su cordura. Los sanitarios comprobaron las constantes de Argimiro e intentaron reanimarlo, pese a considerar prácticamente irreversible su muerte clínica. Entretanto, pidieron la presencia de una unidad medicalizada, atendida por un facultativo, dado que la ambulancia personada únicamente contaba con un A.T.S. Lo mismo ocurrió tras acudir un médico, pues sólo lo auscultó y certificó la defunción. A éste último, además, le faltó poco para tener que ser atendido por otro doctor a causa del costalazo que recibió tras tropezar y caerse.

     Realizadas estas operaciones, los agentes policiales acordonaron la zona y pidieron un equipo de investigación que recogiera huellas y evidencias. Y también una dotación de bomberos con material electrógeno, en previsión de iluminar las estancias y pasillos y evitar así nuevos accidentes. Para cuando aparecieron todos ellos, los primeros agentes habían apartado a Saulo de la habitación sin poder siquiera identificarlo, tan absorto estaba, dejándolo en custodia por uno de ellos. Incluso habían realizado gran cantidad de fotografías con sus propios teléfonos móviles.

     Nada más acceder la unidad de paisano y sopesadas las preguntas de rigor sobre el qué, el cómo y el porqué, sin conseguir desentrañar la respuesta a una sola de las preguntas, inspeccionaron el perímetro inmediato al cadáver. Luego se pusieron en contacto con el juzgado para que enviara un forense y una comisión judicial si lo consideraban necesario. Finalmente atosigaron a Saulo con innumerables cuestiones. No lograron una mínima respuesta. Él repetía incansable…

     - ¡Yo he tenido la culpa!

     En la propia ambulancia primera, lo trasladaron hasta el hospital escoltado por los uniformados con el fin de que fuera evaluado su estado mental y, en la medida de lo posible, conducido seguidamente a la comisaría para hacer una declaración ulterior.

     Veinticuatro horas en el hospital consiguieron que Saulo recuperara la sensatez. Acompañado a la central de policía, apenas pudo aclarar unos cuantos detalles sobre cómo pudo producirse el deceso, confesando que en principio todo se trató de una broma con un resultado fatal. Una segunda comparecencia en el Juzgado terminó reiterando los mismos hechos reseñados con anterioridad ante la policía. Asumía su delito o su pecado, si bien quedaba clara su involuntariedad. Fue allí requerido por el juez para volver a comparecer en dicho juzgado de instrucción en todo momento que fuera citado y quedó en libertad a la espera de una posterior acusación si se diera el caso.

     Anochecía y Saulo tomó la determinación de recuperar el equipo que habían dejado olvidado allí. Salvo las cintas y disquetes en que quedaron registrados el sonido y las imágenes, requisado por la policía, al cabo de la inspección, el resto del instrumental había quedado apartado detrás del mostrador del piso tercero.

     Completamente abatido llegó al paraje de su perdición. Al reunir todo aquel material en las bolsas y macutos y recordar la escena, le sobrevino un acceso de llanto desconsolado, solitario e incontenible. La visión se le llenó de lágrimas. Eso le impidió observar una silueta oscura y esquelética, pero envuelta en un fulgor espectral, que se acercaba por su espalda.

                             ******************************

     Al siguiente día nadie pudo dar razón de Saulo. Nadie conocía si se había escondido o dónde había huido. Su propia familia le buscó en todas las direcciones conocidas durante un mes. Finalmente pensaron que se habría evadido a una dirección ignorada y que algo tendría que ocultar…

     Y en cierto modo así había sido. En la clínica abandonada un guiñapo retorcido ocupaba el fondo del hueco del ascensor, quizá tras ensayar la huida. Había descendido a los confines del averno.


Comentarios

Entradas populares de este blog

INVENTO MUNDOS (Poema)

MI CABEZA EN TU REGAZO (Poema)

EL CONCURSO SEMINAL (Relato- Segunda parte)