PAPI (Relato)

 




 

       Papi solía deleitarse con juegos equívocos y paradójicos. El enigma y la pasión por encarnar identidades distintas a la suya, vulgar y anodina, era su afición más personal. Pero también podía entrañar un riesgo o desembocar en un manifiesto peligro si se lo tomaba demasiado en serio.

     Cuando esa tarde encontró la cartera tirada en un rincón cercano a la acera, en la intersección entre la calle del Amparo y la de la Perdición, la ocurrencia más alocada e ilógica se le vino a la cabeza como una imagen repentina, al modo del flash bag de las películas que tanto le entusiasmaban. Era un plan osado y comprometedor, convertirse en un arriesgado detective investigando un caso de tráfico de drogas o de asesinato, papel que debería cumplir a la perfección como su actor favorito Robert De Niro. Pero desechó enseguida llevarlo a cabo, por lo atrevido y por la exigencia de medios y tiempo que le supondría.

     - Convertirse en la sombra del dueño o dueña del billetero. ¿Y si te descubre? Menuda te podría caer si te descubre. Acaso acabarías ante la policía, dando mil explicaciones inventadas que no convencerían a nadie. ¡Que no!

     - Menudo panoli. ¿Qué iba a sospechar tratándose de un avezado detective como yo?

     - Pero si se me nota hasta la cara como un tomate cuando dejo a deber o me dan vueltas de más en el súper.

     Estos solían ser el tipo de monólogos dialogados que Papi frecuentaba, tanto por ejercitar su talento dramático como por la irremediable existencia solitaria a la que estaba abocado.

     Guardándose la cartera en el bolsillo trasero del pantalón, tomó el camino de regreso a casa. La calle Berlanga era parte de un polígono de quince bloques iguales, situado en un barrio obrero. Ni locales comerciales ni tiendas jalonaban la uniformidad de las plantas bajas. Únicamente distraían la vista un rosario de lonjas donde los vecinos guardaban sus pertenencias o sus vehículos. Apenas dos tascas, una panadería y una bodeguilla descomponían el continuo perfil gris del trayecto. Papi ocupaba el quinto derecha del edificio número cinco. Vivía solo, comía solo, pese a que a veces lo hacía en uno de los bares del barrio, y dormía solo, salvo las raras veces en que contactaba con una conocida mujer de la vida que lo consolaba un rato previo pago. Morando en esa calle y estando suscrito a la revista Secuencias sólo podía estar destinado a una afición: el cine. En la oscuridad de las salas de exhibición soñaba en convertirse en cualquier cosa menos en lo que era.

      Alto, calvo y fondón, de tez tostada y ojos saltones pero vivos, toda su figura le confería un aspecto tan común que hubiera pasado desapercibido incluso en medio de una tribu zulú. Solía portar un pañuelo verde al cuello por temor a las continuas afecciones de garganta. El uso continuo lo había transformado en algo parduzco y sudoroso. Sus únicos atributos destacables eran unos pies desmedidos, que le obligaban a comprar los zapatos a la medida, y un miembro descomunal, que camuflaba en calzoncillos apretados. Si lo tuviera un poco más exagerado, también los tendría que encargar especiales. Como le ocurre a casi todos los que poseen tal desproporción, odiaba los slips rojos.

     - ¡Y que, salvo raras excepciones, se pierda esto la humanidad! –pensó mientras se frotaba discretamente la entrepierna.

     - No seas tan tímido. El mío lo donaré para la ciencia. Que al menos lo contemple el que lo desee y pueda ser estudiado por las mentes más preclaras y ávidas de la humanidad.

     Adoraba su papel a lo Humphrey Bogart.   

     Trabajaba de administrativo en una oficina del centro y, debido a la remodelación como consecuencia de la crisis, le habían reducido su actividad a media jornada. Por ello disponía de tiempo de sobra y de ahorros suficientes como para dar rienda suelta a su afición. Le llamaban Papi porque se suponía que tenía un hijo que casi ni conocía, al habérselo llevado su madre del país cuando apenas tenía año y medio. No obstante, su nombre real era Floro Agapito De La Flor Florida. Era evidente el porqué de preferir ser conocido por el apelativo, todavía más, si cabe, porque odiaba las flores.

     -O quizá fue cuestión de mala leche bautizarme así al quedarse embarazada mi madre sin desearlo.

     Cenó apresuradamente con el fin de acomodarse ante la televisión, puesto que era la noche del fórum sobre cine y seguidamente pasaban el inolvidable film Casablanca.

     Con el final de la proyección, soltó un suspiro de envidia y se dirigió a la habitación. Al desnudarse notó el desacostumbrado bulto del bolsillo del pantalón, que ya había pasado por alto. Sacó la cartera y comenzó a inspeccionar lo que guardaba en su interior: dos billetes de cincuenta euros, tarjeta de crédito, más tarjetas (de presentación, del trabajo y de distintos comercios), facturas, un pequeño bloc de notas y teléfonos, fotos y los documentos de identidad y de conducir a nombre de Edelmiro Méndez Peña, ingeniero de la empresa A.S.O.L A.R. Proyectos y Estudios. Y casualmente vivía en la calle Mártires número tres, muy próximo al domicilio de su tío Abelardo.

     - Pues también es casualidad. Vecino de mi tío, que siempre me está insultando. Seguro que el nombre de la calle se lo han puesto por tener que soportar a mi tío. Que si cuándo te casas. Que quién se iba a casar contigo con la pinta de zoquete que tienes. Que si eres un pusilánime. Pusilánime. ¿Dónde habrá oído él esa palabra? Si no sabe hacer la o con un canuto. Fruto de sus muchas lecturas, dice. Pues no sé para qué tantas, para acabar siendo un puñetero funcionario. Aunque seguro que por eso disponía de todo el tiempo del mundo para leer. ¡Vago! Porque es muy mayor, que si no le arreaba una que…Y por la posible herencia. No nos engañemos.

     - No seas tan pardillo y tan parado. Cómprate una buena pipa y liquídalo – resolvió la conocida voz.

     Finalmente, se acostó olvidando el caso y volviendo a sus reflexiones sobre Casablanca. Con un respingo de satisfacción se envolvió en las sábanas y en los sueños de los que él era el héroe protagonista.

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     A la mañana siguiente, dos de mayo de un día caluroso posterior al día del trabajador, curiosamente él no tenía trabajo. Le habían llamado unos días antes para comunicarle que aquella semana, por reestructuración empresarial, no necesitaban de sus servicios.

     - Reestructuración de la plantilla. Seguro que a algún hijo de… directivo tenían que buscarle colocación. Salvo que estuviesen pensando en echar a unos cuantos o en eliminar complementos y beneficios del trabajador. En cualquier caso, ¿para qué hacerse mala sangre, si no iba a conseguir hacer nada?

     - Siempre puede sufrir un incendio la oficina. Aunque dudo mucho que pillara a ningún ejecutivo dentro.

     - Y, además, entonces seguro que me quedaba sin empleo – añadió al comentario de Humphrey.

     Con esta perspectiva sobre el transcurso del día, se fue a desayunar al bar del bloque más próximo a su casa. Pero cambió de idea en el momento en que iba a entrar por la puerta. Recordó la cartera que todavía llevaba en el pantalón. Sopesó las opciones y se propuso almorzar en la calle Mártires.

     - Ojalá no me cruce con mi tío.

     - Y si te lo encuentras, ¿qué? Le dices que te has acordado mucho de él y que no olvidarás llevarle flores a su tumba.

     - ¿Flores? ¡Con lo que me repugnan!

     El ambiente de ese barrio era bien diferente al suyo. Se veía movimiento de gente bien vestida de un lado para otro. Señores con trajes y camisas almidonadas y señoras con vestidos de temporada y bolso de marca al brazo bien paseaban su aburrimiento con gestos de suficiencia, muy concentrados en mirar los escaparates, bien se aireaban dignamente sentados en las terrazas ante el periódico o abstraídos en sus bebidas y cafés. Sólo unos pocos parecían dirigirse a sus ocupaciones liberales, a sus bancos o negocios. Aún menos eran los que se apresuraban en dirección al metro y los que estaban trabajando en ese momento, dedicados a labores de un status medio. Y enseguida se les notaba por su atuendo que trabajaban para los primeros.

     Durante toda la mañana, estuvo matando el tiempo por las inmediaciones del inmueble de Edelmiro, con un portal y un recibidor bien iluminado y decorado, con portero de librea de servicio, que atendía amablemente a los vecinos y visitas, abriéndoles la puerta; o no tan amablemente para dirigirse a los carteros y mensajeros. A veces caminaba como distraído, pero concentrando toda su atención en quién entraba o salía. Otras veces se sentaba en el velador situado justo enfrente, memorizando los rasgos de la fotografía del documento de identidad, mientras hacía como que leía su periódico recién comprado, o simulaba llamar a alguien, aunque estaba atento a las conversaciones de los de las mesas próximas:

      Que si la bolsa sube. Que si el índice de negocio en perspectiva suponía una pérdida del 30% con respecto a dos años antes. Que si los operarios se quejaban de vicio… Los oía sin permitir exteriorizar su indignación.

     Tan abstraído estaba que ni se dio cuenta de que el camarero le preguntaba si podía retirar el servicio.

     - Sí, por supuesto. Perdone.

     - ¿Cómo que perdone? -se desgañitó Humphrey. – No te das cuenta que sólo quiere que dejes libre la mesa.

     - Es mejor estar a bien con los mozos. Siempre te pueden facilitar información de primera mano. ¡Pues menudo investigador estás tú hecho! -le criticó.

     Sin embargo, no observó pasar a nadie que respondiera a los rasgos de la foto, por lo que decidió buscar un restaurante con menús asequibles y perseverar en la localización del desconocido Edelmiro a lo largo de la tarde. Pese a que tuvo la suerte de no encontrar a su tío a lo largo del día, no la tuvo en cuanto a la detección de aquel.

     Ya en su piso, se cuestionaba la necedad u oportunidad de las pesquisas. No obstante, al no tener otra ocupación más atrayente, decidió continuar la investigación, intercalando el deambular por la calle con el acopio de medios motorizados. Había anotado mentalmente la disposición circulatoria del lugar y, en concreto, una esquina muerta con línea amarilla de prohibición, pero donde no entorpecía el tránsito. Aquel era un ángulo de la calzada discreto y apropiado para ver la entrada del portal número tres sin ser visto.

     La jornada sucesiva amaneció con una llovizna tenaz, por lo que apenas pudo discernir el aspecto de los transeúntes entre los paraguas y los coches. Eso sí, aunque cómodamente sentado en el automóvil, distinguió la tortuosa labor del detective privado en sus vigilancias debido al aburrimiento y la dificultad de mantener la atención inquisitiva. No obtuvo el fruto deseado con el discurrir de las horas. No consiguió identificar al vigilado entre los viandantes. Únicamente dos motivos fueron reseñables: su sorpresa cuando el camarero lo reconoció en la mesa y el encuentro con lo no deseado, su tío. Se encontraba apartado con el vehículo en la referida esquina a eso de las cinco y media de la tarde, cuando una figura familiar, que no llevaba nada con lo que protegerse de la lluvia, se refugió bajo el toldo ubicado delante del coche. Al poco, tras de sacudirse las gotas de su chaqueta, concentró su atención en el ocupante del automóvil, realizando un gesto de reconocimiento. No le quedó otro remedio que hacerse el sorprendido y bajar la ventanilla del asiento de la derecha…

     - ¿cómo tú por aquí? – dijo con una media sonrisa.

     - Ya ves, esperando a un amigo del trabajo – repuso Papi con poca convicción.    

     Debió notar la duda en la inflexión de voz porque continuó cuestionando la circunstancia   de encontrarle allí.

     - ¿No habrás venido a visitarme, ¿verdad? En todo caso, si tienes tiempo puedes venir a casa. Tomamos algo y podremos hablar de lo divino y lo humano. A no ser que estés esperando a alguna fulana para llevártela a cualquier antro.

     Comprendió que de seguir el discurso de su tío todo acabaría mal. El diálogo volvería a girar sobre la necesidad de que entablase relaciones con alguna señora digna. Así que decidió marcharse cuanto antes.

     - ¡No hombre! Acabo de llamarle por teléfono y me ha dicho que, como se va a retrasar más de la cuenta, quedemos cerca de mi casa. Así que me voy para allá.

     - Bueno, otra vez será. De todas formas, no creo que estuvieras esperando a una mujer como Dios manda y te haya chafado el plan. En fin, agur.

      Una vez que se despidieron, ambos se fueron a sus respectivos quehaceres.

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      No se lo podía creer. Por fin había dado con él. En una de sus rondas a la mañana siguiente, después de dejar aparcado el coche, allí estaba saliendo del domicilio y unos pasos por delante de Papi. Su traza y fisonomía no había variado apenas del de la fotografía: pelo muy corto, moreno y con entradas, facciones correctas y escrupulosamente aseado, de edad y altura medias, ancho de espaldas y vestido con un caro traje azul oscuro. A su zaga lo vio pararse para comprar el periódico de información más otro de economía, detenerse en una cafetería y tomar un café con leche largo junto con una tostada y mantequilla.

      Doscientos metros más adelante, en una calle lateral, entró en una agencia de mensajería. Papi conocía a la perfección cómo observar desde el espejo del escaparate en el comercio más cercano, como lo había visto hacer en mil y un films de serie negra. Entendió que gestionaba el envío de un sobre que extrajo del bolsillo interior de su chaqueta; tras de lo cual, salió y paró un taxi.

     Viendo su maniobra y al no tener su vehículo en las cercanías, dio por terminado el seguimiento. Pero ese día le sonreía la fortuna. Otro taxi que circulaba detrás del primero atendió el ademán de detención y no puso objeciones al indicarle que siguiera al taxi precedente. Parecía estar acostumbrado a ese tipo de órdenes o muy hastiado para discutirlas. La carrera terminó en otro bar cercano a la estación de autobuses, donde le esperaba una mujer de edad similar, rubia, alta y atractiva. Tras saludarle y espiar el exterior en actitud de desconfianza y quizá viendo si su interlocutor era seguido, se sentó con él en una mesa situada junto a la cristalera exterior. Comenzaron a debatir sobre algún tema espinoso. Tal era el gesto tenso y la rápida interacción entre ellos. Se diría que la elegante mujer a veces reprendía y a veces aconsejaba a Edelmiro, mientras que éste sólo se excusaba o pedía explicaciones.

      Al cabo de quince minutos paró un coche con las lunas tintadas, de alta gama, frente a la puerta del bar. Se apearon dos tipos, uno del asiento del copiloto y otro de la parte de atrás, jóvenes y con gafas negras, trajes negros de bultos sospechosos a la cintura, y comenzaron a observar en derredor con gestos vigilantes. Enseguida, el que se había bajado de la zona trasera franqueó diligentemente la puerta subsiguiente a la del conductor, permitiendo el paso de un hombre sexagenario, pero de presencia muy cuidada. Algo le resultó familiar en este sujeto. Luego en casa, le vino a la cabeza que lo había visto en imágenes de televisión, acompañando al ministro de economía…

     - ¡Claro, uno de los asesores de confianza del ministro!

     - Esto no huele a nada limpio – le dijo Humphrey lanzando el cigarrillo con un movimiento ágil entre el dedo medio y el pulgar. – Va a haber que echar mano de algún contacto.

     Menos de cinco minutos transcurrieron en la entrevista de la rubia, Edelmiro y el recién llegado. Lo que tardó éste último en ejercitar su dedo índice, oscilando de arriba abajo no menos de catorce veces, para repetir el mismo gesto de advertencia y prevención dirigido contra el objeto de mi seguimiento, mientras le hablaba sin esperar ni la más mínima respuesta. La reunión terminó con una seña del mismo dígito enfocado directamente a la nariz de aquel. Con un frío apretón de manos se despidió de la rubia y el asesor ante el auto que ocupaban los escoltas aguardando instrucciones.

     A pesar del desconcierto de lo contemplado, tuvo Papi la sangre fría como para tomar todas las instantáneas que pudo con su teléfono, simulando que rebuscaba algún mensaje.

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     Ese mismo día contactó con un colega de sus estudios de bachiller, de apellido Cervera y del que acabó siendo muy amigo en su juventud, que ostentaba un cierto cargo en dependencias de Hacienda. Después de encarecerle el hecho de que hacía mucho que no se veían, recabó información sobre el tal Edelmiro, si le era posible.

     -Tenemos que vernos, figura, y recordar los viejos tiempos – le invitó Papi con entusiasmo.

     - Y las viejas borracheras. ¡Ah, las fulanas de entonces! -resonó con una exhalación de lamento y añoranza la voz sonora y reidora de su interlocutor-. Sobre el personaje de que me hablas y por qué te interesa… es mejor tratarlo en persona.

     - Pues sí que tienes morro. Y yo que pensaba que eras todo un pusilánime, como dice tu tío – sonó muy reconocible su voz interna, pero que afortunadamente no salió al exterior.

 

     Transcurridos un par de días recibió la llamada de Cervera en la que le comunicaba que tendrían que posponer su próximo encuentro, dado que inoportunamente le había ocurrido un imprevisto, una urgencia ineludible de un familiar del pueblo.

     - ¡Mala suerte, Florito! – era el único que le llamaba así-. ¡Cagüen tal! Al cabo del tiempo que íbamos a quedar y me surge esta historia. ¡Tendremos que dejar las putas para otro momento! Pero no te preocupes que lo tuyo de Edelmiro te lo mando por correo a tu domicilio. Si es que no has cambiado de casa o te has liado con alguna fija - añadió.

     - No te preocupes, figura, que no hay nada de eso. Pero me llamas en cuanto estés disponible – le respondió.

     - Eso depende de para qué – persistió en la broma con una estruendosa carcajada-. Ya sabes que para eso siempre estoy dispuesto. Aunque ya no funciono como antaño. Espero que “eso tuyo” siga siendo digno de estudio y se comporte – aumentó la intensidad de la risotada.

     - Tú por eso no te preocupes, y cuídate del tuyo; y también de tu pariente –resumió-. Bueno, agur.

     - Agur.

     Un par de días después le llegó un sobre con la información solicitada. El investigado, Don Edelmiro Méndez, era uno de los socios más recientes de A.N.D.A. Proyectos y Estudios S.L., información que ya constaba en su tarjeta de visita. Pero entre los datos y documentación sin importancia aportados aparecían detalles que le llamaron la atención. La empresa era una ingeniería interviniente como consultora externa en proyectos internacionales con participación española, como la ampliación del canal de Panamá. Y en otros diseños de determinados arquitectos nacionales contratados por la administración, que curiosamente no habían llegado a buen término, bien por no llevarse definitivamente a cabo, bien por resultar especialmente controvertidos o un fiasco total sin tapujos.

 

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     No acababa de salir del trabajo aquel último día laboral de mayo cuando fue abordado por el jefe de sección, Martín. Le asaltó en plena puerta. Con su sonrisa sardónica y sus dientes equinos, que parecían amenazar con tascar cualquier objeción y toda protesta gestual de la mano por miedo a perderla de un bocado, le espetó desafiante…

     -Te ha tocado. Tienes que venir por la tarde después de comer. Hay que completar seis o siete informes urgentes sobre previsión de accidentes laborales y medidas de evacuación en casos de desastre, incendios, catástrofes naturales, etc., etc. Tienes que ponerte de acuerdo con el intermediario de Protección Civil para ultimarlos y formular posibles responsabilidades nuestras en tales casos. Espero que te portes…  Eso más el expediente Martínez y los flecos relativos a la empresa S.O.P.O.R. S.L., y como tú eres enlace sindical…creo que te corresponde –rubricó su argumentación con toda la sonrisa amenazadora de sus dientes afilados.

     Su anterior sensación de libertad ante la perspectiva de evasión se esfumó con un soplido final de Martín rezongando. Tendría que llamar a Cervera para volver a aplazar su reencuentro. No se lo podía creer. Con lo que les había costado acordar la cita unos días antes.

     Estuvo tentado de poner cualquier pretexto, mas sabía que no obtendría resultado ninguno. Conocía a la perfección cómo acabaría la discusión. Con el típico gesto tajante de la mano de su jefe extendida boca abajo y moviéndose de derecha a izquierda. Tan cortante como el sonido de sus dientes mascando las palabras del interlocutor y la consiguiente frase de prevención…

     -Tú verás – mientras se daría la media vuelta sin contemplaciones y sin esperar réplicas.

     Optó, sin embargo, por la respuesta contraria, que le dejaría desconcertado, con la intención de fastidiarle y hacerle creer que, en vez de suponerle una contrariedad, lo asumía de buen grado.

     - ¡De mil amores! Me viene bien. Así puedo redondear el caso de F.A.R.S.A.  S.A. y todo lo relacionado con su asunto de coprología – lo dijo a toda prisa para que no entendiera demasiado lo que decía-. Déjame comer en diez minutos y me pongo a ello inmediatamente

 - añadió una sonrisa y casi saliendo en dirección al aparcamiento para conducir hasta el próximo restaurante.

     Le llenó de satisfacción comprobar el rictus de confusión en la cara de Martín, que le obligó a abrir la boca de par en par hasta vérsele la campanilla. Y sin lograr terminar el gesto de morder como era su costumbre.

     - ¿Coproqué? ¿De dónde has sacado esa terminología? Al final va a tener razón tu tío. ¿De mil amores? ¿No te da vergüenza? Mándale a freír espárragos y enfréntate a él. Acércale tu nariz a la suya y hazle entender que no le tienes miedo. ¡Pero si eres el doble que él! – le acusó una voz inconfundible para Papi.

     - No te preocupes -le expliqué-. Hoy lo pasaré mal, pero mañana llamo diciendo que estoy enfermo y ya lo solucionaré con mi médico. ¡Que le den! – añadió con decisión.

     Estaba seguro de que Martín no se había enterado de la alusión acerca del caso F.A.R.S.A.  S.A., filial de otra muy relacionada con su firma y que hacía un mes había sufrido un caso de intrusión en sus archivos reservados, accediendo a informaciones confidenciales y probablemente comprometedoras.

      Y también le vino a la cabeza el expediente Martínez, un feo asunto de acoso en el ámbito laboral. Aquel hostigamiento estaba por esclarecer y presumiblemente derivaría en un despido, improcedente o no; si bien ya había provocado una larga baja de la mencionada Aurora Martínez. Se comentaba que tenía que ver con un posible intento de violación, cuya autoría apuntaba a uno de los jefazos del piso superior. Conociendo al tipo en cuestión y por cuanto aquella era su anterior secretaria, el espinoso hecho resultaba más que creíble.

     Asimismo, recordó la alusión de Martín. Ese “espero que te portes…” Comprendía muy bien por dónde iba. Todo lo escrito y apalabrado debería quedar de la forma menos lesiva para la empresa.

     Al arrancar su automóvil le llamó la atención un cochazo oscuro, más por lo inhabitual y fuera de tono, en comparación con los de los restantes empleados, que por el motivo de su visita a la empresa.

     Ya de camino al mesón notó que, curiosamente, el mencionado vehículo circulaba unos cincuenta metros por detrás del suyo, aunque tal vez fuera otro parecido. Y así debía ser por cuanto, al introducirse Papi en el aparcamiento del comedor, continuó su camino.

     No obstante, cuando ya se dirigía a su domicilio al acabar el trabajo, una especie de aprensión se adueñó de su tranquilidad, pues le pareció que ese mismo vehículo le seguía a cierta distancia. Pero pronto desechó esa idea absurda.

     - ¿Quién iba a seguirle a él y por qué?

     Era una pregunta retórica y, en todo caso, no obtuvo réplica alguna por parte de su Pepito Grillo privado.

     La jornada siguiente, tras de llamar al trabajo y visitar a su médico, estaría libre para dedicarlo a sus interesantes aficiones o tal vez para un ejercicio de soledad.

                  

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     Aquel día, después de formalizar el justificante médico para el trabajo y ya en casa, se dedicó a inspeccionar el resto de los papeles de la cartera extraviada. Entre ellos no había ninguna foto familiar ni nada parecido, pero sí llamaron su atención tres cosas:

      La primera, otro tipo de fotografías en las que Edelmiro aparecía retratado con algún representante gubernamental o con varios de los empresarios de más éxito en la actualidad. También había algunos de los más criticados, incluso varios involucrados en asuntos oscuros y sospechosos.

      La segunda, una factura de un hotel de Panamá capital a nombre de Edelmiro, si bien curiosamente abonada por la F.I.A.S. Company.

     La tercera, un impreso doblado con membrete perteneciente a esta misma compañía. En dicho papel uno de sus directivos le conminaba a entrevistarse con él por un asunto pendiente…” que puede traernos muy malas consecuencias para su empresa y la mía, caso de que llegue a oídos inadecuados o se haga público en los medios que no deban ser conocedores del mismo”. Acababa la misiva con la cita de un lugar, fecha y hora en que deberían contactar para acordar lo más oportuno. Acababa con la típica despedida burocrática del “recibe un cordial saludo…”. Curiosamente, no obstante, añadía desplazada una coletilla a modo de posdata…

     -No olvides aportar el documento del informe corregido respecto del original, con la fecha de éste para incluirlo en el dossier definitivo.

     Precisamente la reunión convenida resultaba ser la mañana siguiente. Y, sin embargo, no se podía sustraer al impulso de presentarse esa misma tarde en el barrio del rastreado.

     Se le ocurrió, en todo caso, que ya había sido reconocido por el barman de la cafetería enfrentada al portal de Edelmiro. Por tanto, debería tener más cuidado para no significarse demasiado y dar lugar a sospechas. En este punto, le vino a la cabeza el recurso manido de tantas películas de investigadores, disfrazarse. Además, según se salía de la calle Berlanga, existía un bazar chino donde vendían artículos de broma y disfraces.

     En poco tiempo regresó a su casa con un set completo de pelucas, bigotes, barbas, gafas de fantasía y tinturas apropiadas para el camuflaje. Incluso se atrevió a comprar una chaqueta reversible (negra exteriormente y granate por su forro) y varias cintas de pelo. No fue capaz, es cierto, de llevarse pendientes y anillos de pega, que se ofertaban dos por uno, ni sombreros o pasamontañas. También desechó la idea de pagar por cuchillos y pistolas falsas que nunca se atrevería a utilizar.

     Repasó en su habitación todo lo que había reunido para una posible emergencia, a lo que añadió guantes de látex, cinta americana y un juego de ganzúas.

     -Nunca se sabe de qué vas a necesitar echar mano –se dijo.

     Creyó sobreentender una risa y la palabra payaso alojadas en su cabeza, pero no les hizo caso.

     Frente al espejo del cuarto de baño practicó alguna de las posibilidades de artificio y enmascaramiento, pero rechazó la mayoría por evidentes, excesivos o innecesarios. Se decidió por una barba y bigotes conjuntados, unas gafas oscuras y la chaqueta transformable. Lo demás lo juntó, acomodándolo en una bolsa de deporte. Tomó su coche y se puso a punto para una tarde de seguimiento.

      -Con esta facha no me reconocería ni mi propia madre – se sonreía mientras se miraba en el retrovisor del automóvil.

     -Yo sí que no te reconozco. ¡Serás imbécil! – la lógica invectiva de Humphrey.

     Comenzaba a aburrirse y a perder su capacidad de concentración al cumplirse hora y media de estacionar enfrente del portal tercero de Mártires. En ese instante, asomó por el portón de salida de aparcamiento del referido inmueble un automóvil gris. Y no cabía duda, el individuo que lo conducía era Edelmiro.

      Con mucha prevención, no en vano conocía el método usual de muchas de sus películas dilectas, le acechó a distancia durante quince kilómetros aproximadamente hasta la explanada donde se aparcaba para acceder a un local de alterne de carretera, que además ya conocía por haber estado un par de veces.

     En la esquina opuesta de la barra donde se había colocado Edelmiro, pidió un cubata de ron. Diez minutos después, apareció la rubia ya conocida y un acompañante mucho más joven, que Papi supuso se trataba de un escolta. Tras los saludos de rigor solicitaron unas consumiciones y se dirigieron a una de las mesas apartadas. Por fortuna, podía ser atisbada desde su posición.

     Fue tomando fotografías con su teléfono, aunque dudaba mucho que fueran nítidas debido a la escasa iluminación.

     Una de las camareras en toples les trajo las bebidas. En ese preciso momento hacían acto de presencia otras dos personas. En la primera de ellas creyó reconocer al vicepresidente de una empresa constructora importante, aunque no podía acordarse de su nombre. Aun así, no había duda de que aparecía en una de las fotos de la cartera, cerca de Edelmiro. En cuanto a la segunda, se trataba de una persona de edad muy aproximada a la suya y que le recordaba a alguien…

     - ¡No puede ser! Si es el mismo Cervera.

     Tan atónito se quedó que tuvo que ser Humphrey quien tomara la iniciativa.

     - ¡Vamos, sigue tirando fotos, membrillo! No puedes perder ni un detalle de esta entrevista, ¡berzotas!

     Los recién llegados hicieron su encargo a la chica, que aún no se había retirado. Al cabo de unos segundos y unos gestos rituales de cumplido, de los que dedujo Papi que se conocían con anterioridad, comenzaron a hablar sin muchos preámbulos de alguna materia comprometida, por los ademanes serios y reconcentrados.

     La camarera de antes les sirvió el pedido, momento en que todos ellos dejaron de hablar con prevención. Cuando se retiró, recuperaron al parecer el hilo de lo debatido y empezaron a vislumbrarse gestos de aprobación y pacto. Sin más dilación, se produjo un veloz intercambio de sobres entre la rubia y Edelmiro. Tras de lo cual, aquella y su joven acompañante se encaminaron al servicio situado inmediatamente detrás del puesto de vigía de Papi. Aunque sólo la dama entró en el reservado, puesto que él se quedó en el pasillo de entrada, a espaldas de Papi.

     Temiendo ser reconocido, tomó la resolución de abandonar el local. Al pasar por delante del grupo sentado, no pudo evitar dirigir la mirada hacia los congregados, sobre todo para confirmar que se trataba de su amigo. En ese instante Cervera levantaba la cabeza y sus ojos se cruzaron. Tuvo la penosa impresión de que su amigo podía haberle reconocido, pese al disfraz.

     De vuelta en la carretera, se devanaba el cerebro sopesando las posibilidades. Le reconcomía la inquietud acerca de si le habría identificado su amigo y la razón de su intervención en el cónclave. Aunque dejaba poco lugar a la duda la evidencia.

     - ¿Qué otra cosa puede ser salvo que esté confabulado con ellos? – confirmó sardónica la voz interior.

     Por fin, resolvió dirigirse a toda prisa hasta la calle Mártires antes de que volviera Edelmiro. Trazó un plan arriesgado pero posible. Como los protagonistas de sus más queridas proyecciones, debería confiar en su buena fortuna y hacer caso a su corazonada. Le vino a la memoria un buzo azul como el de los mensajeros que tenía en el maletero para limpiar el automóvil o hacer alguna reparación. Paró en el arcén de una zona descampada, se bajó del coche y aceleradamente se puso el mono sin quitarse la ropa que vestía, excepto la chaqueta que plegó en el asiento trasero. Terminada la operación, volvió a circular hacia el edificio de Mártires. Se detuvo unos veinticinco metros antes del portal número tres y, tomando el albarán de un petitorio de su trabajo, el paquete de pelucas compradas ese mismo día aún envuelto y los guantes y ganzúas, llamó al timbre de la puerta del portero. Se fijó en uno de los letreros profesionales del umbral de la puerta: Félix Salvador Finado, médico forense. El conserje le recibió con una mueca de disgusto.

     -Hola, buenas tardes. Traigo un paquete para el doctor Salvador - le apremió Papi sin darle margen a pensar ni cuestionarse nada.

     El plan era hacer como que iba a depositar el paquete y tratar de ingresar en la casa de Edelmiro con las ganzúas si le daban la oportunidad.

     -Un momento. ¿No es un poco tarde para el envío de paquetería? – preguntó con desconfianza.

     - Es una entrega urgente. Usted verá. Si mañana le llueven los reproches…, yo no quiero problemas –el requerimiento surtió el efecto deseado.

     -Voy a intentar contactar con él por el interfono, pero a estas horas seguro que habrá bajado directamente al aparcamiento por el ascensor. Espera aquí – dijo dirigiéndose a la parte de atrás de la portería.

     Mientras permanecía en el recibidor, observó Papi una pila de cartas al lado de una serie de paquetes por distribuir. Revisó a toda prisa las misivas. Entre ellas había una dirigida a Edelmiro. Se la guardó en el interior del buzo con un movimiento de mago rapidísimo y eficaz, puesto que ya regresaba el bedel y más pronto de lo que preveía. No obstante, su celeridad en meter el sobre fue tal que se sorprendió a sí mismo.

     -Lo siento, pero ya se ha marchado como te dije. ¿Quién le hace el envío? Bueno es igual para el caso. Puedes optar por dejarlo aquí a mi cargo o volver mañana. Tú eliges – le interpeló con aparente gesto de desinterés.

     - Perdona, pero mis instrucciones son de entregarlo en mano. Así que lo consignaré en el albarán y se lo transmitiré a mi jefe. Seguro que me toca hacer un nuevo viaje mañana. Agur – le soltó con fingido mal humor.

     Una vez fuera recibió las felicitaciones de Humphrey.

     -Has estado genial, muy creíble para ser un principiante. Aunque, por supuesto, yo habría conseguido que el portero me franqueara la propia puerta de Edelmiro.

     - ¡Fantasma! – repuso con una sonrisa.

     Tan satisfecho estaba de lo actuado que incluso se propuso tomar otro cubata en el velador de enfrente. Aparcó bien el coche, se quitó el mono y se sentó a una de las mesas libres. Al camarero habitual le encargó la bebida. Notó la expresión de extrañeza de éste, como si sospechara algo, pese a que no se había desprendido del bigote y la barba, ni de las gafas oscuras. O quizá fuera por éstas, dada la hora que era.

     El caso es que, cuando el mozo salía trayendo la consumición, percibió la proximidad de dos hombres trajeados con inciertos bultos en su cintura, que venían directos a la mesa de Papi. Tan rectos que éste tuvo la certeza de que iban a por él. Se levanto de sopetón en dirección a su vehículo con tan mala fortuna que arrastró a una señora muy mayor, la cual, cachava en mano, intentaba acomodarse en la mesa inmediata.

     Se produjo un estruendo ensordecedor al empujar la señora al matrimonio sentado a continuación, desplazando a la pareja y derribando la mesa y las bebidas. La anciana intentó reequilibrarse agarrando el cuerpo de Papi, pero únicamente logró asirse a las barbas, que no pudieron soportar el peso. Salieron despedidos a la vez la mitad del bigote y de la perilla, mientras que las gafas terminaban por volar al interior del vaso de refresco que se estaba tomando una joven de un velador cercano. Al mismo tiempo, con la ayuda del bastón, ensayó estabilizarse compensando el empellón con un giro de equilibrista o de lanzador olímpico de martillo. Mas, después de describir una órbita semicircular, se le acabó soltando como un cometa que sale rebotado de su elipse de atracción planetaria por efecto del choque de un fragmento sideral, yendo a incrustarse en la mampara de cristal y haciéndola añicos.

     Pasados los primeros instantes de indecisión, Papi, abatido y avergonzado, escapó sin más preámbulos ni disculpas en dirección a su coche. Los dos hombres echaron mano a sus cinturones, se olvidaron de la consumición que iban a pedir y, sacando sus teléfonos de la funda del cinto, procedieron a llamar a los servicios de emergencia.

     Ya recogido en su dormitorio, fue consciente de que había ido demasiado lejos y acababa de cometer un delito de violación o apropiación de correspondencia ajena. Pese a sentirse contrariado por el desastre causado y por su comportamiento de pánico irrefrenable al sentirse en peligro, acorralado y descubierto, no pudo reprimir la intriga de abrir el sobre que había logrado sustraer.

     La comunicación provenía del gabinete de arquitectura de Eutimio Forjado de Membrillo. En ella su secretaria le informaba, tras los saludos de rigor, de que le acababan de confirmar la aceptación del estudio y presupuesto acerca del concurso sobre el proyecto Cantalapiedra, en el que había colaborado la ingeniería A.S.O.L.A.R. Proyectos y Estudios. Pero le adjuntaba la factura corregida definitiva (evaluación valorada en muchos ceros), ya que la estimación primera se había quedado muy corta. Le informaba sobre la persona del departamento de Obra Pública a la que tenía que presentarse. Abundaba en el hecho de que no tenía que dar explicación ninguna, ya que estaba todo concertado. Terminaba el comunicado con una despedida de las acostumbradas.

     Leído el documento, apagó la luz con el propósito de descansar y decidir en la mañana siguiente si se presentaría en el sitio convenido para la entrevista entre el directivo de la F.I.A.S. Co. y Edelmiro. Sin embargo, estuvo toda la noche dando vueltas en la cama sin poder pegar ojo, agitado y soportando entre ensoñaciones alumbramientos de pesadillas en que él era apresado por la policía o sucumbía tiroteado por hombres vestidos con trajes oscuros, gafas oscuras…

                               **********************************

      Desayunó esa madrugada con una extraña impresión de fatalidad abominable. Aparentemente nunca había sentido nada parecido, pese a ser pesimista, y no solía hacer caso a premoniciones ni a visiones agoreras o apocalípticas. Pero el accidente del almuerzo, sufriendo la salpicadura del café en su mejor camisa, no presagiaba nada bueno.

     Aun así, rechazó toda prevención al respecto y tomó la decisión de asistir a la cita de Edelmiro. Sus juegos ambiguos tal vez habían ido demasiado lejos. Sin embargo, optó por consumarlos, si podía, hasta el final.

     Comprobó con satisfacción que en las instantáneas tomadas la tarde anterior, si bien eran oscuras, podía distinguirse las caras y los apretones de mano, y decidió pasarlas al ordenador junto con toda la documentación recopilada.

     Ya por la tarde, finalizada la jornada laboral, puesto que había vuelto a incorporarse al trabajo, se camufló ante el cristal del servicio de casa con una peluca rubia de melena lacia, bigote, gafas de espejo y la parte granate de la chaqueta del comercio chino.

     Conduciendo en dirección al punto del contacto, volvió a tener la sensación de que un vehículo similar al que llamó su atención un par de días antes viajaba por detrás del suyo a cierta distancia.

      Un cuarto de hora antes del encuentro, se encontraba sentado en una esquina del restaurante designado, entre el ventanal y la puerta de acceso, desde donde podía vislumbrar toda la sala y quién entraba a la vez. Encargó una comida frugal y se mantuvo a la expectativa. A la hora convenida, con un intervalo corto entre uno y otro, se personaron ambos acomodándose en la mesa más cercana a la de Papi.

     Recogido el pedido por la camarera, su conversación pareció girar sobre lugares comunes en torno al tiempo, las perspectivas del fin de semana y asuntos semejantes. No obstante, apenas entendía lo que decían, ya que hablaban en tono bastante bajo. Todo cambió cuando les sirvieron los platos. La gestualidad de los rostros reconcentrados en cada respuesta delataba que la conversación rodaba por otros derroteros, cuestiones de mucha enjundia y materias inciertas y complicadas. La voz de los interlocutores bajó tanto que en ocasiones sólo se percibía como un murmullo. Aun con todo, Papi captó de forma inteligible algunas palabras como Panamá y retazos de frases del tipo “debe desaparecer cualquier documentación relativa al proyecto…y toda referencia al señor… del departamento de obras ministerial”. La ira y la inquietud afloraron en el rostro del directivo cuando Edelmiro aludió al “documento importante que le había desaparecido”. Esto provocó un exabrupto y un largo silencio. La reunión pareció estar a punto de finalizar con el inequívoco intercambio de sobres. Sin embargo, aún hicieron alusiones que se le quedaron grabadas como “… ten cuidado porque puede peligrar tu puesto en A.N.D.A.S.A.” Y algo todavía más doloroso captaron sus oídos, el nombre de Cervera.

     Tal fue la angustia al oírlo que empezó a sentir náuseas y anuncios de un posible vómito en perspectiva. Ante ello resolvió dejar el importe de lo servido y salir disparado al exterior. No había podido realizar ninguna foto de la reunión, dada la cercanía de los espiados, aunque tuvo todo el tiempo sobre la mesa el teléfono intentando grabar la conversación. El móvil que precisamente acababa de dejarse junto al postre. Tras airearse y recuperar el resuello, desapareciendo la angustia, otra nueva ansiedad asomó con la perspectiva de que alguna persona se lo pudiera apropiar y utilizar. Sin dudarlo, volvió a penetrar en el establecimiento. Pero en ese momento procedía a salir a la carrera la camarera en su búsqueda, por lo que tropezaron entre ellos, cayendo al suelo tanto ella como el móvil que intentaba devolver. El barullo fue lo bastante aparatoso para que todos los clientes se volvieran observando la situación, incluidos los vigilados. Sin mediar más que unas brevísimas disculpas y un agradecimiento tácito consistente en un simple ademán de la cabeza, recorrió los treinta metros que le separaban del automóvil en un récord que nadie homologó.

     Se puso en marcha de inmediato hacia su casa. No sin soportar la recriminación de Humphrey…

     -La has cagado, tío. ¡Serás manta!

     En el trayecto, ensimismado, ni tan siquiera fue consciente de que un coche con las lunas oscuras se le aproximaba a gran velocidad hasta que le embistió por detrás haciéndole salirse de la vía. El vehículo de Papi quedó inservible, pero a él sólo le tuvieron que curar unas heridas sin importancia los operarios de la ambulancia. En cuanto al coche que había ocasionado el accidente, a la policía poco más pudo decirles que se trataba de un coche de alta gama, probablemente negro y con las lunas tintadas. Recuperó finalmente el teléfono y alguno de los efectos personales supervivientes al siniestro cuando la grúa retiró su coche destrozado.

                           ********************************

 

     Se repitió una noche de nervios y desazón, y también las extrañas pesadillas que le imposibilitaban conciliar un sueño reparador. No podía seguir así por mucho tiempo. Se estaba jugando la salud y la vida en tales indagaciones. Por otro lado, empezaba a comprender que tal vez él se había convertido en el rastreado y hostigado.

     Por tanto, la decisión ya estaba tomada y no iba a considerar ninguna vuelta atrás. Le entregaría la cartera. Le aseguraría que únicamente iba a conservar parte de la documentación como seguro por si determinaban ejercer acciones legales contra él, pero olvidaría todo el asunto. La amnesia sería total en caso de conformidad si le aseguraban garantías de no sufrir repercusiones en su integridad física. Le suplicaría si fuera preciso para que no le acosaran como sabuesos los tipos del coche negro u otros asesinos a sueldo.

     Pidió por teléfono un taxi y en treinta minutos se encontraba caminando por la calle Mártires. No se atrevió a presentarse en el domicilio de Edelmiro, y el sentido común no le aconsejaba permanecer apostado en la terraza de la cafetería, en la acera contraria al portal. Desayunó en un bar de las inmediaciones y anduvo vagabundeando por el paseo alrededor de la manzana toda la mañana. Optó luego por comer en la cantina del hostal ubicado en una calle transversal. Concluido el ágape, recuperó el itinerario, deambulando por el perímetro del domicilio, mas no apareció el buscado.

     Ya se hallaba muy cansado de dar vueltas y harto de considerar y repensar sus movimientos y opciones. Sorprendentemente Humphrey no se había dignado comentar ninguno de sus pensamientos o resoluciones en toda la jornada. Oscurecía y no había apenas gente en la calle. Así que resolvió dar por finalizado el trasiego y tomar un taxi de los estacionados en la parada sita unos edificios más allá, pasado el solar con el caserón cerrado por los muretes destartalados y musgosos. Aquí y allá sobresalían travesaños de metal casi sueltos que habían utilizado para sellar alguno de los boquetes por los que penetraban los niños en sus incursiones lúdicas. Conocía bien el terreno. Quedaba enfrente de la parada de autobús que tomaba cuando visitaba a su tío y no disponía de otro medio de locomoción. Tras rebasarlo y a punto de abrir la puerta de uno de los taxis, se giró fatigado con una mirada de resignación por todo lo andado sin resultado. Cuando adivinó, más que distinguió, a Edelmiro, que regresaba caminando previsiblemente en dirección a su casa por una vía perpendicular. Parecía llevar un portafolios con documentación igual que el día de la entrevista con el directivo, aunque en ese momento lo llevaba pegado al pecho, como protegiéndolo. Seguramente portaba expedientes e informes de suma importancia.

     Atravesó nuevamente la calle por donde había venido, perdiéndolo de vista. A paso rápido, atajó por el camino abandonado unos minutos antes, a cubierto por la tapia agujereada. Faltaban unos pasos para llegar a la esquina del muro en su intersección con la calle paralela a Mártires.

     Nunca se hubiera esperado que Edelmiro le esperase en el ángulo contrario acechando. Había dejado el portafolios en el suelo y portaba una barra de hierro que blandía sobre su cabeza. Papi no pudo hacer el más mínimo gesto por la sorpresa. Ni siquiera le dio tiempo a interponer su brazo en defensa de su cabeza.

     Con un chasquido se le quebró el cráneo, desparramándose los sesos y salpicando el rostro de Edelmiro.

     -Y yo que pensaba que éste sería el comienzo de una gran amistad –Le dio tiempo para pensar a Humphrey.


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