EL TÚNEL DEL TREN (Relato)
Al final del paseo una barandilla bordeaba la boca del túnel subterráneo. Al lado de la baranda, en una caseta de obras tapada con una puerta desportillada y suelta, yacía encogido un joven indigente tuerto con una barba de varios días y cubierto por cartones. Los habituales de la zona, gente con prisa, ya lo conocían y ni siquiera le dedicaban una mirada compasiva. Bajando veinticinco escalones, se llegaba al rellano en que una vieja envuelta en su jersey, su toquilla y abrigo vendía caracolillos (llamados “magurios” por mucha gente), pinchos morunos hechos con una freidora portátil y lotería que ofertaba a gritos. Por debajo del pañuelo de la cabeza anudado al cuello, sobresalían guedejas de pelo canoso y desmadejado. Descendiendo cinco escaleras más, comenzaba el túnel en sí, que atravesaba las vías por abajo, un pasillo estrecho de unos cuarenta metros de largo y con dos emboc...